Por Santiago Navarro/Desinformémonos
“México ha cumplido con todas las medidas; nuestra Ley General de Cambio Climático es ejemplo a nivel mundial”, afirmó Ramón Sampayo, presidente de la Comisión de Cambio Climático de México. El senador Daniel Ávila Ruiz se comprometió en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 19) -realizada del 11 al 22 de noviembre de 2013 en Varsovia, Polonia,- a reducir en un 30 por ciento sus emisiones de Gas de Efecto Invernadero (GEI) para el año 2020 y en 50 por ciento para 2050.
No obstante, en ningún momento se argumentó absolutamente nada sobre los pueblos que afectados por estas medidas implementadas, como las afectaciones hacia los pueblos indígenas zapotecos del sur de México, perjudicados desde el año de 1994, cuando comenzó a construirse uno de los proyectos más grandes de energía eólica en Latinoamérica.
Los efectos del cambio climático son una preocupación en común de la humanidad, pero en la cumbre de la Cop 19 permeó una posición que en todo momento favorece a las empresas, que buscan continuar con un crecimiento económico exponencial que parece no tener fin. La crisis ecológica es un instrumento para legitimar las decisiones políticas y económicas que representan la antesala de la denominada Economía Verde, en pro de la acumulación de capital y de un desarrollo desigual. No se puede hablar de cambios radicales para la regulación de las emisiones de dióxido de carbono (Co2) si no se actúa de forma radical sobre las causas.
Si hablamos en términos económicos, el cambio climático es considerado como una externalidad o bien, una falla negativa del mercado que las empresas no pagan. Es decir, el costo de estos efectos en los diferentes encadenamientos de producción de millones de mercancías no se incluye en el coste final, pero alguien tiene que pagar las consecuencias, y por lo general son los países del sur. Si elegimos una mercancía de entre las miles que se producen a diario, como el automóvil -de máquina de combustión interna o los nuevos automóviles eléctricos-, su composición requiere de más un centenar de metales, entre otros materiales.
Esto implica en su mayoría, minería a cielo abierto, devastación de ecosistemas en su totalidad, desplazamiento de comunidades, contaminación del oxígeno y del agua, pero sobre todo, la utilización de energía, como el petróleo, carbón, gas o biocombustibles antes y después de su producción. Ya sea un automóvil que es eléctrico o que funciona con alguna energía renovable, implica externalidades negativas con un impacto directo en el medio ambiente.
“El mercado causa continuamente externalidades que hemos de entender no tanto como fallas del mercado, sino como éxitos en transferir costos a los pobres, a las futuras generaciones y a las otras especies”, sostuvo Joan Martínez Alier en su ponencia en el año 2011 en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se refirió al uso de la energía: “El mercado no consigue producir la energía ni los materiales que usamos en las economías industriales sino puramente logra su extracción y su pérdida. El mercado no sirve para temas ambientales”.