• La mujer indígena ñha-ñhú agradeció junto con familiares, defensores y su comunidad su reciente liberación.
Predominaban sobre todo, quien sabe porque razón, las risas de los niños. “Hasta estos que son mis sobrinos me dicen abuelita”, explicó Jacinta en algún momento rodeada de una familia extensa y feliz. En la misa de acción de gracias que congregó a unas 150 personas, principalmente sus familiares, gente de la comunidad de Santiago Mexquititlán, y también a sus defensores, ella lució esplendorosa con unas trenzas tejidas y coloridas que realzaban la intensidad de su fe y su sonrisa, de la inconmensurable felicidad. Oró por su gente y por la pronta libertad de sus coacusadas Teresa y Alberta, y un poco más tarde comenzó la gran fiesta que contó con un banquete generoso –guajolote con mole y barbacoa–. Más tarde se ofrecieron elotes de las milpas de Santiago y, por supuesto, pulque especialmente preparado para la celebración. A la entrada de la casa se veía un letrero que era muy preciso en el objetivo “Gracias por apoyar. ¡Yo soy Jacinta!”.
Estela, hija de Jacinta, entregó a Luis Arriaga, director del Centro Prodh, una hermosa muñeca ataviada con el traje típico de su comunidad y su gente. De un lado a otro correteaban los niños y se intercambiaban charlas e historias, pero en todo el lugar lo unánime era la alegría de haber dado marcha atrás a una injusticia. En un momento dado comenzaron a escucharse unos acordes que invitaban al baile. Don Guillermo fue incitado a sacar a bailar a su mujer Jacinta. Se tomaron manos y cinturas para trazar con los pies uno de los más simples actos que suele robar la cárcel a las parejas. Con ese baile todos los presentes nos hermanábamos con la libertad al ser testigos de Guillermo y Jacinta nuevamente juntos, rodeados de su familia en pleno, enseñándonos generosamente como sacar fuerzas de flaqueza y ser más grandes que la injusticia misma.