1968-2013 mismas estructuras, mismas represiones

*Opinión

Por Andrés Díaz y Simón Hernández/Centro Prodh

25 de julio de 1968. Manifestación de estudiantes en el Monumento a la Revolución.

México DF.- 1968, un año de convulsiones… 2013, otro año, también de convulsiones. En Tlön, Uqbar, OrbisTertius, Borges señala que “una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente”. Eso, un eterno presente, una realidad diacrónica es lo que viene a nuestras mentes al reflexionar sobre lo acontecido en el campo social en los últimos 45 años.

Ya no es 1968 pero subsisten —¿las mismas?— condiciones estructurales que hacen de la inconformidad, la protesta y la movilización algo más que simple contingencia. En la Ciudad de México –corazón político del país– convergen sectores altamente politizados con otros profundamente conservadores. Sus calles son pulso de la realidad social del país.

En la actualidad se sigue cuestionando la emancipación y legitimidad política de los jóvenes. Ayer como hoy se sigue afirmando que son instrumentos de los “filósofos de la destrucción” o manipulados por oscuros intereses.

No es 1968, pero subsiste el cuerpo de granaderos; todavía se recurre a grupos de choque e infiltrados para azuzar represiones de los cuerpos policíacos a manifestantes y los discursos dicotómicos del poder hacia las juventudes movilizadas. En el pasado se les llamó inadaptados, enfermos sexuales, niños de lento aprendizaje y de familias disfuncionales; actualmente se les llama ninis, rijosos, vándalos, esos son los epítetos del presente. La “disolución social” hoy se llama “ataques a la paz pública”.

En 1968 era impensable el uso del Zócalo para manifestaciones no oficiales. En 2013, décadas de lucha social y de apropiación del espacio público nos han devuelto a esa realidad. El Estado mantiene la violencia y la represión como mecanismo de gobernabilidad. Surgen fantasmas de un pasado que es en realidad presente: la razón de Estado y el interés público son los elementos discusivos de legitimación junto a una normalización de la resolución de los conflictos por la fuerza.

Y no es sólo el factor fantasmagórico lo que asusta. La realidad activa las conexiones del tiempo pasado con el presente. No es sólo la permanencia en el poder –por tiempo indefinido– del mismo partido hegemónico que se mantuvo por décadas; o el despliegue de elementos policiacos en las calles llenas de manifestantes, cual estado de sitio; o escuchar el mismo discurso desde los centros dominantes de comunicación; no, también se repiten las expresiones de fascismo social de muchos sectores de la ciudadanía.

¿Qué falta para cortar de tajo la impunidad? Sin duda voluntad política, compromiso social y dotar de ética al poder político. Pero si no se construyen desde la propia sociedad, ¿cómo aspiraremos a mejores condiciones vitales para los habitantes del país? Aún peor, ¿cómo podremos exigir algo que no sabemos que se puede violar? ¿Cómo no voltear hacia un pasado-presente que nos sigue hiriendo y reactivando las conexiones con los crímenes de lesa humanidad acontecidos en México? El reto hoy es todavía mayor. Es observar y exigir desde la perfeccionada técnica gubernamental de la democracia represiva.

Así se logra el control de las sociedades. El castigo ejemplar, la represión disuasiva y sistemática y la construcción de un discurso de justificación del estado de excepción son elementos para atajar al pensamiento crítico y disciplinar a la sociedad. ¿Instituciones democráticas? sólo formalmente y con avances limitados. Es evidente que en México nunca hubo una transición en el poder, cambiaron los partidos pero no las prácticas –ahora sofisticadas– que permanecieron con la intacta y anquilosada estructura vertical de poder.

Es necesario hablar del 2 de octubre, aunque “ya chole” para muchos. Es vigente no sólo por los signos de emergencia presentes en el país, sino porque la raíz de impunidad –esa que ha hecho que el fenómeno de la desaparición forzada, ejecución extrajudicial, tortura y otros crímenes de Estado no cesen en el país–, sigue fluyendo en un México aletargado y con una esperanza mimetizada de dudas.

Este 2 de octubre marcharán nuevamente los grupos sociales. Una causa común los une: la exigencia de justicia. Se desplegarán nuevamente los cuerpos del Estado que se llamarán “represivos” u “vigilantes” dependiendo de los hechos que diriman bajo la apuesta del control social, del cuerpo y de la información, tanto del trayecto de Tlatelolco al Zócalo como del trayecto de las televisoras a los hogares.El eterno presente o la persistencia de las causas estructurales como quiera mirársele, nos confirman lo dicho por Walter Benjamin: “La tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que ahora vivimos es en verdad la regla”.