Por Javier Hernández Alpízar
La polémica en torno a la figura del poeta y activista Javier Sicilia, refleja hasta qué punto nuestras sociedades – la de México y, hoy que la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad recorre ciudades de Estados Unidos, la de allá – desconocen la no violencia. El estilo de Sicilia ha sido fuertemente criticado – citar poemas o textos de filósofos, del controvertido Heidegger a los polémicos Paz y Sabines –, su práctica de besar a sus interlocutores, sobre todo a los social y políticamente desprestigiados; el énfasis en las víctimas (como su hijo asesinado y él mismo, cuya orfandad no tiene palabra para decirse); el trato respetuoso a las autoridades (aunque en sus textos y entrevistas use palabrotas para denostar lo inadmisible, como “Estamos hasta la madre”); su obstinación por dialogar, buscar ser escuchado y que sean escuchadas las víctimas; su apuesta por no confrontar, odiar ni linchar enemigos… rasgos que no provienen de una patología personal, sino de una tradición.
Sicilia es discípulo de una veta del pensamiento católico (su labor en las revistas Ixtus, Conspiratio y sus artículos en Proceso son parte de esa reflexión) que incorpora enseñanzas de Iván Illich y pensadores como Gandhi, cuyo icono es popular, pero sus doctrinas son casi desconocidas y aún menos seguidas.
Incluso en el sector que dice oponerse a la dominación tales prácticas éticas y políticas son poco reconocidas y aparentemente impopulares. Quienes tienen intereses que serían afectados por el triunfo moral de esta praxis comprenden más lo peligroso del pacifismo: fanáticos del armamentismo, alcaldes racistas, presidentes comprometidos con el belicismo y el autoritarismo. En cambio en cierta izquierda tal pacifismo es incomprendido y calumniado. Se le ha respondido con machismo (criticando los besos como claudicación); se le ha pretendido aislar desprestigiándolo y acusándolo de conspirar contra la “verdadera” izquierda.
No obstante, en México y Estados Unidos hay tradiciones, casi negadas, que aportan elementos para alentar la no violencia. No es casual que Las Abejas de Acteal hayan reconocido en Sicilia a un hermano en el pacifismo. Otra organización polémica y paradójica, el EZLN, también ha sido crítica y frontal del sistema pero comprometida con acciones que no desdeñan la no violencia. En Estados Unidos, una tradición libertaria (ácrata diríamos, recordando que Sicilia se definió “anarquista cristiano”), de Thoreau a los Occupy, puede tender un puente a la Caravana.
Como en la película En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993), ante la rabia e indignación social la respuesta airada y violenta suele ser la primera respuesta de la parte visceral (y catártica) del movimiento social, pero el énfasis en salvar lo humano es más apto para recrear y perpetuar el buen vivir que la antiutopía de pretender, a balazos, parar la guerra. Esperamos que la sociedad allende el río Bravo no escuche con su lado James Holmes o Joe Arpaio, sino con su perfil Luther King o el de un neoyorkino por elección: John Lennon.