El día de ayer falleció en la Ciudad de México a los 56 años, Jesús Acosta González, sacerdote jesuita, acompañante de los más necesitados, de los desprotegidos y de quienes sólo necesitaron una palabra de aliento.
Cucho, como muchos lo conocimos, se dio a la tarea, desde temprana edad, a buscar el bien común. Convencido de ello ingresó a la Compañía de Jesús en 1975, misma a la que sirvió con gran devoción hasta el último suspiro.
En reiteradas ocasiones “Cucho” apoyó diversos movimientos sociales, llevando siempre la esperanza y el amor para poder buscar lo mejor para sus amados compañeros de vida, la gente, a la que se entregó enteramente; entre ellos, el de la Colonia Guerrero, el Frente Amplio contra la supervia, las Católicas por el Derecho a Decidir, así como entregando parte de su vida al servicio del Centro Laboral México IAP (Celamex).
Para Jesús Acosta nunca fue importante destacar en sociedad, pues sólo quería servir a los demás, enseñando, decía “para quitarnos la venda de los ojos y de verdad poder ver esta realidad que tanto nos necesita”.
Decenas de personas se dieron cita el día de ayer en el Funeral en la Curia de la colonia del Carmen en Coyoacán. Por espacio de dos horas se escucharon testimonios de agradecimiento por tanto bien realizado en vida y por todo el legado que dejó, tanto a sus compañeros jesuitas como a la gente a la que acompañó siempre.
A continuación, un recuerdo a Cucho desde sus propias palabras, que si bien no abarca su vida entera, si denota su reconocido amor hacia los demás. Desde el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez lamentamos el fallecimiento de este gran defensor de derechos humanos, descanse en paz.
“No la hagan de pedo, porque la pedí de jamón”
o nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8, 39)
18 de marzo de 2012.
Lo primero es explicar el título. Lo saqué de un chisté que va más o menos así: un señor chaparrito fue a comparar una torta, el mostrador estaba muy alto y los que atendían el puesto no lo veían. Él pidió una torta de jamón, pero por más que insistía “mi torta, mi torta”, no le hacían caso, entonces una persona que estaba a su lado le dijo “oye te la están haciendo de pedo”, y él respondió muy apurado “!no, no yo la pedí de jamón!” Hasta aquí el chiste.
Para mí este chiste es una especie de parábola de lo que he vivido en estos meses a partir de que me descubren el cáncer el 28 de octubre, después de la operación del estómago. Durante todo este tiempo he recibido un montón de muestras de cariño: oración, visitas, llamadas por teléfono, correos, recados… Y esto me ha ayudado a mantener la paz, el ánimo, el deseo de vivir. Pero también me ha sucedido algo simpático. Mucha gente al preguntarme ¿cómo estás? ¿cómo te sientes? Yo respondo con la verdad: bien, los efectos negativos de la quimio son mínimos, etc. Y la reacción de muchos y muchas era de duda “¿de veras?” Era una respuesta muy común. Fue tan repetitiva esta situación que me saturó, era como si yo mintiera y así ocultar la verdad con la intención de no preocupar a quien me preguntaba. En algunos momentos reaccioné visceralmente, después tuve que pedir perdón. Reflexionando sobre esto comprendí que para la mayoría hablar de cáncer y de quimioterapia representa un panorama desalentador y casi trágico. Pero la verdad es que mi calidad de vida ha sido bastante buena. Y por otro lado me quedaba muy claro que detrás de la preocupación está el cariño, cosa que agradezco harto. Por eso el título, es una invitación a vivir este proceso desde la certeza del amor acompañante de mamá-papá Dios, porque desde este amor todo, absolutamente todo tiene sentido.
El Dr. Lara (oncólogo) me dijo que mi calidad de vida se debía a tres factores:
1. Que la dosis de quimioterapia semanal era eficaz pero no tan agresiva, pudo programar las sesiones para cada tres semanas pero la dosis hubiera sido mucho más agresiva.
2. Las medicinas para contrarrestar los efectos negativos-
3. Finalmente, que mi organismo era muy fuerte, a pesar de la diabetes.
Yo le agregué un cuarto factor, el amor de Dios a través del amor de mi familia, mis amigas y amigos. Es decir el factor espiritual. Él me respondió que había un quinto factor, el anímico, yo le comenté que ese lo incluía en el espiritual.
Otra situación fue el que mucha gente me decía que le estaban pidiendo a Dios para que me curara, o también decían que debía confiar en que Dios lo puede todo, cosas así. Pero yo me resistía a esta imagen de “varita mágica”. En una platica con el Patacho (nuestro provincial) me decía que habría que preguntarle a Dios cuál era su voluntad, tal vez Dios ya me quería llevar consigo. Pero también me resistí a esa imagen del Dios que decide el día en que debo morir. Pero le hice caso, porque creo que la intención del Patacho era que tuviera presente el escenario del término de mi vida como algo muy posible. Llevé la pregunta unas 5 veces a la oración y la respuesta contundente y consistente “Yo quiero que tengas vida y la tengas en abundancia”, más claro ni el agua, no importa si son 5 meses o 10 años, lo que importa es que se viva en plenitud.
Estas situaciones me han hecho reflexionar algunas cosas y se las quiero compartir:
1. La muerte no es una tragedia. Por su puesto es algo doloroso pero desde la perspectiva cristiana es pascua, paso a la vida en su plenitud, la resurrección.
Aquí les comparto una experiencia que tuve en 1996 durante mis EE de mes en la tercera probación. Haciendo la primera contemplación de la resurrección, donde Ignacio propone que contemplemos cómo Jesús se le hace presente a su mamá, María. En los evangelios no está ese pasaje, pero si tenemos tres dedos de frente y tres dedos de corazón, como Ignacio, sabremos que la primera persona que recibió esa bella buena nueva no podría ser otra que María de Nazaret. La cosa es que yo estaba en mi cuarto, cuarto piso de nuestra casa en Puente Grande, desde mi ventana veía el inmenso y hermoso árbol Laurel de la india, inicié la contemplación imaginando a María llorando desconsoladamente en el huero de los Olivos, donde Jesús, días antes le pedía al Padre no tener que pasar por lo que ya estaba ahí inminente, la muerte. Me metí a la escena como lo propone Ignacio, ya estando ahí, a unos 10 metros de María, vi como Jesús resucitado caminaba hacía su mamá, había muchas hojas y arbustos y por eso Jesús hacía ruido, yo lo veo él me mira con una mirada pícara y me hace una señal poniendo su dedo índice en la boca, para indicarme que no le avise a su mamá. A partir de ese momento mamá-papá Dios tomo en sus manos el proceso de la contemplación. Llega a ella y la toca en el hombre, ella voltea pero no lo reconoce porque tiene la mirada cegada de tanto llanto. Jesús le dice “mamá”, entonces ella brinca a sus brazos y pasa del llanto desgarrador a las lágrimas de la alegría, lo llena de besos, lo abraza con todo su amor. Jesús le dice “ya ves mamá la muerte no triunfó, papá-mamá Dios cumplió su promesa, pues es el Dios de la vida” Yo, lleno de alegría, lloraba. Después Jesús le dice a María que le tenía una sorpresa, ella le contestó “¿otra?” Jesús hace una señal con su mano indicando para que alguien se acerque, María voltea hacia donde Jesús señalaba y vio a José, ella no cabía de alegría y sorpresa, corrió para encontrarse con José y se fundieron en un abrazo, él la lleno de su amor. Yo seguía llorando de ternura. Jesús se suma y hacen un abrazo entre los tres. Después de un rato Jesús, voltea verme y me invita a unirme a ellos, perplejo me señalo a mi mismo diciendo ¿yo?, Jesús me dice, “claro tocayo, tú”, me acerco y me fundo en ese abrazo. Al rato me dice Jesús, “a ti también te tengo un sorpresa, hace una señal pidiendo que alguien se acerque, volteo y eran Mechitas, mi mamá, y Habacuc, mi papá. Corro lleno de emoción, los beso, me besan, nos abrazamos. Jesús nos invitó a hacer un abrazo entre los seis, y así estuvimos un rato hermosísimo. Al raro Jesús me dice, “bueno tocayo ya debes regresar”, yo no quería irme, pero no había de otra. Me fui alejando poco a poco caminando hacía atrás mirándolos feliz y agradecido, hasta que de repente me ubico en mi cuarto, veo el Laurel de la india, ya estaba de vuelta a la conciencia cotidiana. Siento frío y veo que estoy empapado desde el cuello hasta las rodillas, mi ropa mojada como si la hubiera metido al agua, pero era el rastro de mis lágrimas. Veo el reloj ¡¡¡4 horas!!!, yo creía que habían sido minutos, hice mi examen de la oración, sin duda una inmensa consolación (que por cierto sigue muy presente hasta hoy) Baje al comedor y ahí me abordaron dos compañeros jesuitas, me dijeron “¿dónde estabas? Fuimos a búscarte tocamos tu puerta y no abriste”, no quise explicar lo que había pasado simplemente les dije que andaba en el jardín orando. Otra sorpresa, nunca los oí tocar mi puerta. Impresionante contemplación.
Desde entonces mi convicción en la resurrección no me la quita nada ni nadie. Por eso para mi la muerte no es una tragedia. Cuando eso me suceda, llegaré a la casa de mamá-papá Dios a la fiesta eterna.
Otra convicción que fortalece mi fe es que Dios es especialista en amar, y esto se expresa en su voluntad de salvar, perdonar, redimir, liberar. Para decirlo en claro, morir significa llegar directamente al Reino en su máxima expresión. Por supuesto que no hay limbo, purgatorio y mucho menos infierno. Así que no la hago de pedo porque la pedí de chorizo verde (acuérdense que soy del Oro, Estado de México)
2. Durante estos meses no le he pedido a mamá-papá Dios que me cure del cáncer. Mi oración ha sido “dame tu amor y tu gracias que eso me basta” (Ignacio), otra: “mamá-papá aquí estoy para hacer su voluntad, denme su a mor y su gracia que eso me basta”. El 28 de diciembre fui a la Villa, junto con el querido padre José Luis Soriano, al llegar a los pies de la morenita surgió desde lo más intimo de mi corazón una petición “morenita ayúdame a tener más fe, a confiar más en mamá-papá Dios, a estar más cerca de tu hijo” Mis ojos llenos de lágrimas, mi corazón lleno de paz.
Esto no quiere decir que yo no creo en la posibilidad de que la oración hermosa y solidaria no sirve, al contrario, por supuesto que la buena vibra, como decimos ahora, ayuda y mucho. Por eso cuando la raza me dice que está orando por mi yo digo gracias y síganlo haciendo. Pero yo no veo a mamá-papá haciendo milagros con varita mágica, sí creo que la unión de tanto amor y tanta fe (mamá-papá, la raza, yo) puede transformar la realidad, pero no sólo, también además de orar hay que tupirle, a Dios rogando y con el mazo dando, dice la sabiduría popular, Ignacio lo dice más o menos así: hacer las cosas como si sólo dependieran de mi y esperar que se de el fruto como si sólo dependiera de Dios. Esta actitud me llena de paz.
En las últimas semanas mi oración la he modificado. A finales de febrero me hicieron los estudios donde salió que al parecer el páncreas ya estaba tocado por el cáncer, esta noticia me cayó de peso, me sentí desilusionado, cansado. Me había sentido tan bien que nunca me imaginé esta nueva situación. En la noche del viernes ya en mi cama para dormir, me surgió desde lo hondo la petición a mamá-papá de que me curara del cáncer, pero me sentí muy incoherente, hasta con algo de vergüenza como diciéndome “no que Dios no es varita mágica”.
En los días siguientes siguió brotándome esa petición y me seguí sintiendo incoherente. Le estuve dando vueltas a esa moción y vino la luz. Por un lado me sentí invitado a dejar a Dios ser Dios, es decir, mamá-papá es mucho más grande que la imagen que me puedo hacer de ella-él. Me sentí invitado a abrir mi mente, mi corazón a ese Dios inmanipulable, siempre en movimiento, VIVO, amoroso, increíblemente gratuito y generoso. Es como si mamá-papá me dijera “Chuchín querido, déjate amar sin trabas”. Por otro lado, si yo creo firmemente que mamá-papá es el Dios de la vida y que lo que mejor le sales es dar vida, liberar, perdonar, salvar, sanar y eso es lo que comparto en los EE, en los talleres, conferencias que doy entonces caigo en la cuenta de que no es incoherente que yo le pida salud. Pero el matiz está en que hay que pedirlo con la famosa indiferencia ignaciana: no pedir más vida larga que corta; más salud que enfermedad; más riqueza que pobreza, sino sólo aquello que es más gloria de Dios. Es decir dejar a Dios ser Dios y yo ser un hijo de Dios. En una relación sana, madura de tú a tú, de mamá-papá a un hijo muy querido, yo me sé y me experimento como Jesús en su bautismo al escuchar“este es mi hijo amado, en quien me complazco” (Jn 3,17)
Por eso mi oración ahora es: “mamá-papá aquí estoy para hacer tu voluntad, dame tu amor y tu gracia que eso me basta. Sana mi mente, mi corazón, mi cuerpo, mis heridas para mayor gloria tuya, para el mayor servicio a mis hermanas y hermanos y para mayor bien de mi alma”. Y la paz ha vuelto, me siento plenamente coherente. Entonces seguiré haciendo todo como si sólo dependiera de mí pero confiando en esa presencia amorosamente sabia, hermosamente creativa, increíblemente gratuita de mamá-papá.
3. Mi herida. Quiero compartirles luces que me han llegado a través de la oración y la reflexión sobre la raíz de mi cáncer. Esta reflexión la inicié cuando mi amadísima sobrina Dinorah, me sugirió que le preguntara al cáncer qué me quería decir.
Cuando tenía unos 8 años mi mamá me mandaba a buscar a mi papá a las cantinas (era alcohólico). Yo no podía negarme porque ella era una figura muy importante para mí tanto de afecto como de autoridad. Resignado, con miedo, enojo, fui a buscar a mi papá, cuando por fin lo encontré sentí muchísima tristeza al ver a mi papá perdidamente alcoholizado, y me también me llené de vergüenza. Esta situación se repitió varias veces. Una noche pensé que si me acostaba temprano y tapándome totalmente evitaría que mi mamá me enviara, pero me equivoqué. Ella me destapaba y me enviaba a esa misión tan desgarradora para mí. El miedo, el enojo, la tristeza, la vergüenza iban en aumento, pero además se sumó el deseo enorme de que mi papá muriera, pero en seguida llegó una culpa inmensa. La herida ya estaba arraigada en mí. A partir de ahí aprendí a sobrevivir negando los sentimientos, y además se implantó en mi mente que la salida a las situaciones difíciles, tristes, dolorosas, etc. era desaparecer la causa. Pero la realidad, con otras experiencias, me fue mostrando que yo no tenía ese poder, tuve que resignarme. Y la herida se agigantó, con el paso del tiempo al ver que no podía desaparecer personas y situaciones que me eran conflictivas y dolorosas concluí que entonces el que podía desaparecer, huir, desvanecerse era yo, eso sí lo podía decidir.
Otra cosa que se arraigó en mi mente y en mi corazón con esta y otras situaciones es que yo era un ser utilizable por los demás, que para ganarme el aprecio de los demás debía hacer cosas aún en contra de mis deseos, necesidades, de mi dignidad, de mi integridad física, psicológica y espiritual
Y ahí inicié un proceso de autodestrucción que fue en aumento a lo largo de mi vida. Esto es lo que está como causa, raíz del cáncer y del deterioro sistemático de mi salud, esto es lo que me enseño a vivir un estilo de vida desintegrado, como si la vida fuera unidimensional, como si sólo importara el activismo feroz, despreciando mis otras dimensiones y sus necesidades.
Con esto no quiero decir que desprecio lo que viví como servicio, entrega, esfuerzo por donar mi vida a la construcción del Reinado de Dios, lo que quiero decir es que ese servicio lo viví muy desintegrado de mis otras dimensiones como hijo de Dios. Si en ese tiempo hubiera tenido la conciencia que tengo hoy por supuesto que me hubiera comprometido de la misma manera intensa, apasionada, con gran sentido pero con un estilo de vida más integrado e integrador.
Hasta aquí este compartir vida. Espero continuar después de la operación. Un abrazo con harto cariño.
Su hermano y compañero,
Cucho, SJ