Presentar a Lalo es atravesarnos por él

Luis Eduardo Cisneros Zarate

El siguiente texto es la participación de Simón Hernández, abogado del Centro Prodh, en la presentación del libro La rabia, el amor y la lucha contra el silencio. La versatilidad de ser un Lalo, de Luis Eduardo Cisneros Zárate, joven del Estado de México muerto en circunstancias que la Procuraduría estatal se ha negado a investigar. El evento tuvo lugar el sábado 25 de febrero en el Bosque de Tláhuac, en la Ciudad de México.

Presentar a alguien siempre es una labor compleja. Hoy tengo el agrado y por qué no decirlo, la responsabilidad, de presentar a Luis Eduardo frente a este foro.

Cuando reflexioné sobre el sentido de presentarlo, hubo al menos dos cuestiones que llamaron mi atención. La primera de orden ontológico: ¿cómo puedo presentar a alguien a quien no conocí y que por tanto no sé? ¿Cómo puedo descubrirlo a través de y desde sus palabras escritas, reconocerme en sus textos y, de cierta forma, aprehenderlo? Y, ¿cómo hacer para que una vez agotado este proceso epistemológico, presentar y hablar de él con ustedes? Esa labor es la que intentaré realizar en los siguientes minutos.

La segunda reflexión fue sobre el sentido del acto de presentar. Efectivamente, presentar a alguien es darlo a conocer como pretendo hacerlo, pero también es, en un sentido profundo de la palabra, hacerlo presente. Y cuando digo esto no me refiero únicamente a la cuestión temporal, sincrónicamente, sino también, a una suerte de acto inexplicable, o quizá ininteligible, o mágico, hacerlo presente, aparecerlo, tráelo aquí, presentarlo.

Como verán es una labor compleja, más fácil para aquellas personas que tuvieron la oportunidad de conocerlo, de convivir, de compartir esa experiencia sensible de coexistir. En cambio, para quienes no tuvimos esa posibilidad es más complicado hacerlo aparecer, hacerlo presente, presentarlo. Por eso apelo al lenguaje y al signo lingüístico. Pretendo, desde la palabra escrita, lograr tender ese puente de conocimiento y ¿por qué no? de diálogo entre Luis Eduardo y nosotros.

En un primer contacto, encuentro muchas cosas. Por ejemplo, a la banda, a ese vínculo solidario que hay en ciertos grupos que se identifican, a ese sentido de comunidad y pertencia que se expresa tan bien cuando una persona reconoce a otra y le dice “compa”. Me imagino que muchos de sus amigos y amigas así lo llamaban, tan simple y complejo como decirle, porque así se expresa el sentimiento, Lalo es la banda.

Avanzo un poco más y percibo la emergencia de múltiples sentimientos, muchos producto de la ausencia. Del vacío que provoca que los nuestros partan, al menos del plano físico. Porque nuestros muertos permanecen siempre, en ciertos espacios, en lugares de memoria como la casa, la Universidad, el lagartijero de la ENAH por ejemplo, en los caminos recorridos en viajes de estudio o en nuestros trayectos cotidianos, en las charla de café, en el campo, el mar, o las montañas, en la inmensidad urbana. En las pláticas interminables en que se delibera sobre Dios, el capital o los amores.

Y sin embargo esa ausencia -sin soslayar que hay responsables de ella: un aparato de Estado muchas veces criminal, que golpea, que humilla, que persigue,- esa ausencia tiene un sentido, o al menos así lo percibo en este re-conocerme en el otro, en Lalo. En este acto hay cierto misterio, que quizá sea más comprensible por los suyos.

Avanzo y me paralizo, porque ese enigma de alguna forma me alcanza y no sólo comienzo a conocer a Lalo –pretender conocerlo plenamente sería ambicioso-, comienzo a re-conocerme en su vida, en sus lecturas, en su poesía. Sus amigos no son los míos, ni mi escuela es la suya; mi música y la suya son distintas, ¿o alguien reconoce parentesco entre el rock y la nueva trova cubana, entre Pink Floid y Silvio Rodríguez? Yo no lo encuentro y, sin embargo, ahí está el reconocimiento y la empatía. El misterio avanza, profundiza, quizá es César Vallejo o Neruda; no lo sé, no comprendo la identificación que siento.

No pretendo hablar de mí, pero me detengo cuando bordeo un sentido de identidad mientras percibo en las letras a un ser profundamente amoroso como su autor.

Y me aventuro a realizar una caracterización de Lalo, lo percibo como un ser profundamente erótico, y no sólo entendiendo el erotismo como carnalidad, sino concibiendo al eros como un amor desbordante, presente, generoso en los actos cotidianos, trascendente, diáfano.

Percibo a una persona inquieta en profundidad, con ánimo de conocer, pero no para sí, por prestigio o arrogancia, sino para trasformar. Intuyo a alguien que ha alcanzado una dimensiona social de la realidad, alguien que al tiempo que reflexiona sobre la cultura popular, se sumerge en el amor de pareja, diserta sobre la ciudad y sus rincones, disfruta la lectura de poetas y dialoga con ellos, al tiempo que se permite comulgar con aquellos no sujetos, con colectivos olvidados por nuestra sociedad, ignorados por el poder o incluso considerados innecesarios y peligrosos. Alguien que a la vez también se preocupa por la enseñanza hacia otros jóvenes, igual de inquietos, quizá, acríticos los muchos, indignados otros, con más o menos herramientas analíticas, pero un ser dispuesto a construir desde la docencia conocimiento, a sembrar la duda, a generar la inquietud, a acompañar a los que quieren conocer.

Continúo con Lalo y parece ser alguien que tiene el don de la ubicuidad. Se le ve por la casa familiar, por ciertos barrios, por la ENAH o la UAM, en la Jacinto Canek, por tantos lados y a tantas horas. Ahí es donde veo expresado ese eros al que intento referirme, un amor que entiende la complejidad de nuestra realidad y se compromete con su cambio. Como dijo el Che, “todos los días hay que luchar porque este amor a la humanidad viviente se trasforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización”, así imagino a Lalo, más allá de cualquier idealización, un ser de carne y hueso, imperfecto como la humanidad misma quizá, pero un ser inquieto y reflexivo y un furibundo manejador de la pluma.

Lo veo como un estudioso social, con el que seguro habría sido interesante reflexionar más de una vez sobre la “familia la propiedad privada y el amor” en la fórmula del trovador con reminiscencia de Engels. Releo y sonrío al imaginar una buena charla, facilitada con un buen vino –¿por qué no? fuera purismos-, con un Lalo sensible al sujeto, pero a la vez a las estructuras, consciente de la finitud de la existencia en esos textos sobre la muerte, pero no obviando la trascendencia del vivir. Un joven consciente de su estar en el mundo. Alguien que es capaz de dialogar con Heidegger y decirle, es cierto, “somos seres para la muerte” pero para ello es necesario ser seres de y para la vida.

Y qué decir del poeta, es lo mismo expresión de lo más profundo y descarnado de los sentimientos, de los amores, de la pasión, del momento, que expresión de rabia e indignación frente al sistema, de lucha amasada en palabras, de eternidad. Veo al poeta amoroso y al militante, alguien que a diario dialogó con Gabriel Celaya, el mismo que nos dijo proféticamente: «maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse». Creo que Lalo asumió eso y, desde luego, tomó partido.

No sé qué más decir o como concluir, espero al menos haber colmado mi primera inquietud, haberles presentado a alguien y si colmé la segunda, es decir, hacerlo presente, estaré satisfecho. Sin embargo, eso es mérito de todos los presentes, que en esta mañana fría en el clima pero cálida en presencia, han logrado traer a Lalo y hacerlo presente. Creo que sólo me queda refrendar una invitación a seguir conociendo a un ser Lalo, a dialogar lo que podamos, mientras podamos, mientras el sistema y los poderosos no clausuren nuestra capacidad de sueño, compromiso y de amor.

Muchas gracias.

Tlalpan 25 de febrero de 2011

Simón Hernández