Hessel y su siglo / Luis Tovar,
En La Jornada Semanal. «Siempre del lado de los disidentes”, Stéphane Hessel suma casi un siglo de vida siendo partícipe, y no pocas veces protagonista, de diversos acontecimientos de importancia mundial, como sin duda lo es la creación de la Carta de Derechos Humanos de la ONU, redactada en 1948. La fuerza vital y la claridad ideológica se reflejan en su pensamiento y en el movimiento social de los indignados, así como constituye una inspiración para cualquier sociedad necesitada, como tantas en estos días, de cambios sustanciales en los ámbitos político y económico.
Un mes y dos días después de hoy, es decir el 20 de octubre próximo, Stéphane Fréderic Hessel estará festejando –y con él muchísima gente alrededor del mundo entero– su cumpleaños número noventa y cuatro. Casi un siglo de vida dedicada prácticamente toda ella, en palabras del propio Hessel, a situarse “siempre del lado de los disidentes”.
Nacido en Berlín y llevado a vivir a Francia siendo un niño de siete años, el menor de los dos hijos de Franz Hessel y Helen Hund –judíos, él traductor, ella melómana, ambos escritores– adoptó la nacionalidad francesa a los veinte. Dos años después ingresó a la Escuela Normal Superior, pero la segunda guerra mundial interrumpió sus estudios. Otros dos años más tarde formó parte de la Francia Libre liderada por Charles de Gaulle, que desde Londres luchaba contra la pérdida de soberanía francesa.
Hessel tenía veinticinco años de edad cuando, en su calidad de agente de contraespionaje, se interna en territorio francés a la sazón ocupado por las fuerzas nacionalsocialistas alemanas. Capturado y torturado por la Gestapo, es enviado al campo de concentración y exterminio de Buchenwald, donde gracias a una artimaña evita ser ahorcado. Se le traslada a Rottleberode, escapa, nuevamente es capturado y una vez más vuelve a escapar.
Finalizada la guerra, a los veintinueve años inicia su larga y muy fructífera trayectoria como diplomático de carrera, en la cual destaca, al principio, su carácter de secretario de Gabinete de Henri Laugier –en aquel tiempo secretario adjunto de la onu, así como secretario de la Comisión de Derechos Humanos–, y más adelante su papel de embajador francés ante la propia ONU.
Sumaba tres décadas y un año de vida cuando fue uno de los redactores cruciales de la vigente Declaración de los Derechos Humanos que, como se sabe, fue adoptada por las Naciones Unidas hace sesenta y tres años, en 1948.
A sus casi sesenta años, es decir a una edad en la que muchos otros que han hecho mucho menos se asumen próximos al retiro o se manifiestan proclives a la morigeración, Hessel milita activamente a favor de la independencia de Argelia. Con casi ocho décadas de vida, y en respuesta a la “imprudencia de los franceses” que llevaron al derechista Jacques Chirac a la presidencia, decide afiliarse al Partido Socialista y, desde ahí, seguir luchando a favor de causas tanto políticas como socioeconómicas y ecologistas.
Hace dos años y medio, en compañía de otros dos históricos indignados permanentes como son Daniel Cohn-Bendit y José Bové, apoyó al partido Ecología Europa para que en el Parlamento Europeo hubiese una representación de “izquierda impertinente” que ofreciera contrapeso tanto a la izquierda moderada como a la derecha más recalcitrante.
Sobre todo desde 2008 y hasta el momento actual, el incansable Stéphane ha dedicado sus energías a la denuncia de las atrocidades que se cometen, un día sí y otro también, en Gaza y Cisjordania, es decir en la Palestina ocupada por Israel.
Hessel y los indignados
El texto que ocupa las principales páginas de esta edición de La Jornada Semanal es nada menos que una de las fuentes de inspiración más importantes para movimientos de protesta masiva como el español conocido como 15M o de los indignados –mismo que se abordó aquí mismo el pasado domingo 14 de agosto. Publicado originalmente en francés en diciembre de 2010, traducido al español y editado en febrero de este año con el título de ¡Indígnense!, es uno de los frutos más generosos, y también de los más enriquecedores, que este vitalísimo nonagenario indignado nos entrega a las generaciones predecesoras, desde la plena conciencia de que el totalitarismo no ha fenecido sino que, una y otra vez, resurge en nuevas y sofisticadas transformaciones, hoy bajo disfraces de falsa unidad y mendaz “igualdad de oportunidades”, como la que implican conceptos como el de “globalización” –el cual, dijo alguna vez Henry Kissinger, es “sólo un modo novedoso de nombrar a la hegemonía estadunidense”.
Tiene razón Hessel cuando afirma que “la primera década del siglo XXI ha sido un período de retroceso”, sobre todo visto desde una perspectiva como ésa de la cual puede gozar un testigo y protagonista lo mismo de lo mejor que de lo peor de todo un siglo. Tiene razón, también, cuando hace un llamado directo a todos aquellos que se encuentren en la capacidad, pero sobre todo en la necesidad y aun en la obligación, de revertir dicho retroceso, evidente y cada vez más grave, tanto en las conquistas duramente alcanzadas en el orden de los derechos humanos fundamentales, como en otras indispensables para la dignidad social, verbigracia las que componen el concepto hoy tan desairado como el de Estado de bienestar.
Es de desear que la extensa entrevista que Gilles Vanderpooten le hiciera a Hessel hace medio año, publicada bajo el título original ¡Engagez-vous! –“¡Comprométanse!–, pronto esté disponible también en español. Pero, sobre todo, es de desear que dicha disponibilidad pueda fructificar, como lo hizo ¡Indígnense!, bajo la forma del más saludable revulsivo social, que contribuya a la constitución de generaciones menos resignadas, menos orientadas al consumo por el consumo mismo, y menos apáticas ante la descomposición del espíritu humanista que caracteriza al momento presente.