Versión editada del artículo de Carolina, retomado del Centro de Medios Libres del Distrito Federal
El primero de agosto, cuatro jóvenes de San Luis de la Paz, Guanajuato, llegaron a la Ciudad de México para buscar a 23 desaparecidos hermanos, hijos, padres, primos y amigos. Ellos habían salido juntos en un camión de pasajeros el pasado 21 de marzo para la frontera. Esperaban cruzar el Río Bravo y agarrar la carretera a Houston para encontrar trabajo, como casi todos lo habían hecho antes. Pero esta vez no llegaron a su destino. Las jóvenes se manifestaron ante la Procuraduría General de la República, ya que no han tenido respuesta de las autoridades estatales.
En una conferencia de prensa convocada por la revista Contralínea el jueves 4 de agosto, para presentar el documental Con las manos vacías, el primero en hablar fue Gerardo Ramos MInor (sic), colaborador con el periódico Hora Cero de Tamaulipas en la producción del documental. El periodista dio una breve introducción al caso y presentó a las jóvenes, quienes hablaron de sus esfuerzos para encontrar a sus familiares y vecinos.
Una por una, las jóvenes comentan:
“En el momento que salió la noticia de las fosas de San Fernando, ahora sí que nos angustiamos porque dijimos, pues, cabe la posibilidad de que ellos estén allí. Pusimos una denuncia el 11 de abril, y nos tomaron las muestras de ADN. Hasta ahorita no ha habido ninguna respuesta sobre lo del ADN. Ni siquiera nos han dicho que se esté investigando. Nada. Ahora venimos tocando puertas. Queremos saber qué pasó y dónde están”.
“La gente de Serapaz nos ha acompañado y logrado que abran unas puertas. En la SSP nos enseñaron las fotos de toda la gente secuestrada que ha sido liberada y averiguamos que no son ellos. Ahora tenemos que seguir con lo que sigue. No vamos a descansar hasta dar con ellos. Ojalá sea pronto”.
Con las manos vacías
En este documental, un equipo de periodistas de Hora Cero documenta un desesperante viaje de cuatro hombres de San Luis de la Paz a Matamoros para averiguar si 17 de sus familiares y vecinos han aparecido, o no, entre los cuerpos encontrados en las fosas de San Fernando, Tamaulipas a principios de abril.
Después de que los 17 hombres salieran de San Luis de la Paz el 21 de marzo, ningún familiar recibió la llamada telefónica habitual para decir que llegaron a su destino. Todos sabían que algo andaba mal. Luego cuando se enteraron del informe sobre otra fosa en San Fernando y supieron que el Procurador de Guanajuato había dicho que el camión fue interceptado por un comando armado, se desesperaron.
Los emisarios que viajan a Matamoros están conscientes de que el reciente hallazgo de la fosa en San Fernando no es el primero. Se acuerdan de los informes que sacudieron al país en agosto de 2010 sobre los cuerpos de 72 migrantes centroamericanos encontrados en el mismo lugar. Por sus propias vivencias, saben que si, antes, el migrante enfrentaba una trayectoria bastante dura, ahora enfrenta la tortura, la violación y la muerte si no puede pagar a sus secuestradores o si se niegan a trabajar para ellos.
Los vecinos y vecinas hablan de lo pesado que es no saber qué ha pasado con sus hermanos y también de los motivos por los cuales más de 200,000 guanajuatenses han migrado al Norte. Dice Lucía Mendiola que desea que todos regresen pero que ahora quiere “saber algo de ellos, ya sea lo que sea”. Explica Ricardo Salazar, quien espera el regreso de su hijo, que “todos hemos hecho nuestras casas con el dinero del Norte. De aquí uno trabaja pero es no más para estarse manteniendo, para comer, nada más. De aquí no sale nada”. Agrega Sandra América Aguilar que “los que salen fuera van a buscar dinero para hacer su casa porque aquí estamos a medio vivir”.
Al llegar a Reynosa, los emisarios tienen que pasar por uno de los cientos de retenes anti-constitucionales impuestos por policías o militares en las carreteras del país. Tal vez recuerden como militares del Ejército mexicano abrieron fuego contra una familia de vacacionistas en la carretera nacional Nuevo Laredo-Reynosa-Matamoros, asesinando a los hermanos Bryan y Martín Almanza Salazar, de 5 y 9 años de edad. Hoy, sin embargo, un elemento de la Policía Preventiva Federal se limita a pedirles sus credenciales y pregunta de dónde vienen, a dónde van y por qué. Le contesta Raúl que trabajan en la construcción y que van a Matamoros para “investigar unos cuerpos”. Por fortuna, el policía les desea buena suerte y los deja pasar.
Los emisarios van tocando puertas de una oficina en otra.
––Tienen que ir a Periciales, es aquí en seguida.
––Pero de ahí nos mandaron para acá.
Por fin encuentran a una mujer dispuesta a tomar los datos de todos los desaparecidos. Pero por otro lado, les dicen que no pueden ver los cuerpos porque están en un estado de descomposición avanzada. Los emisarios están muy inconformes con esto y piensan que deberían haberles permitido verlos.
Se presenta la posibilidad de revisar todas las fichas de identificación de 43 cadáveres para ver si las descripciones coinciden con las de sus familiares. Es un alivio enterarse que no coinciden. El número de cuerpos pasa a 72 y también logran descartar que sus familiares estuvieran en la fosa. Con la buena noticia de que puedan estar vivos, deciden regresar a San Luis de la Paz, pero antes de irse se enteran de que ya encontraron 54 cuerpos más, luego 30 más, así que de nuevo, sienten que lo poco que han logrado se ha desvanecido.