El espejismo discursivo es claro. Habrá seguridad con los militares porque la disciplina nos da “mandos honestos, íntegros e incorruptibles”, en palabras de López Obrador. En realidad, no hay evidencia de que las fuerzas armada sean incorruptibles, pero es lo de menos. Tampoco hay evidencia de que la militarización de la seguridad y en particular de la policía, por sí misma, en efecto construye comunidades seguras, pero también es irrelevante.
Bajo esta narrativa hegemónica, el golpe a la policía avanza fulminante porque los gobiernos renuncian progresivamente a su apoyo, habiendo asumido que si la apoyan serán percibidos como débiles; en cambio, si se suman a la vía militar jugarán del lado correcto a favor de la fuerza.
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