La pandemia ha puesto en evidencia las condiciones de precariedad en que se desenvuelve la vida de decenas de millones de personas en la subregión en materia laboral y de ingresos, de acceso efectivo a derechos fundamentales (la salud en primer lugar), de dotación de agua potable y de disponibilidad de vivienda adecuada, condiciones básicas para cumplir las recomendaciones sanitarias.
Como puede constatarse, los factores económicos, sociales y ambientales que están en la base de la acentuación de los procesos de migración, refugio y desplazamiento interno, no sólo persisten, sino que se han agudizado. Informaciones recientes sobre el deterioro de las condiciones de vida, por ejemplo, en el Corredor Seco Centroamericano y otras regiones, permiten hablar no sólo de la intensificación de la movilidad humana, sino también, como ya lo señalamos, de la gestación de una crisis humanitaria.
La posición geográfica de México, su extensa frontera con el país objetivo de todas las y los migrantes, y su estrecha relación económica con Estados Unidos y Canadá signada por un tratado, hacen inevitable y forzoso el fijar claramente una postura humanitaria ante la migración, protectora y más independiente de los intereses del país vecino del norte. Esto es, ha sido y será un tema para las mujeres que se precien de ser feministas.
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