“La herida ya no sangra, pero permanece”, les dijo el sacerdote jesuita Javier El Pato Ávila, a las familias de las 13 víctimas de la primera masacre registrada por la militarización del país, declarada por el presidente Felipe Calderón Hinojosa, al recordar el décimo tercer aniversario de la tragedia que dejó olor a pólvora.
Ese 16 de agosto del 2008, cuando recién habían disparado contra las familias durante un festejo, el jesuita permaneció con las víctimas, le tocó resguardar la escena ante la ausencia de peritos, agentes de ministerio público y de cualquier policía. Los dejaron solos.
El lunes pasado realizaron la marcha anual que les da fuerza porque hacen patente que en Creel, enclavado en el municipio de Bocoyna de la Sierra Tarahumara, hay memoria y el olvido no es opción. Marcharon desde la parroquia que se encuentra frente a la plaza principal, hacia el lugar de la masacre que transformaron en plaza de la Paz.