Dos ingredientes especialmente nocivos caracterizan este ciclo escándalo-silencio-escándalo-silencio… Primero, cuando hay más atención, la inmensa mayoría exige capacitación como salida para que no se repita más el problema; segundo, nadie o casi nadie se queda a mirar si en efecto se hace algo -la capacitación o lo que sea- para que no haya nuevos escándalos.
Nada es más fácil para las policías y los gobiernos de los que ellas dependen que administrar la crisis provocada por los escándalos metiendo la discusión en la caja de la capacitación. Así evitan pasar por el “proceso diversificado y complejo de reestructuración doctrinaria, orgánica y funcional” antes referido.
Las atrocidades a manos de la policía seguirán mientras nadie ajeno a las lealtades policiales y políticas ponga en la mesa una propuesta de ruta transformativa de corto, mediano y largo plazo.
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