El ejercicio puede ser entretenido, memorable, dar pie a discusiones interesantes o divertidas; sin embargo, con frecuencia termina poniendo el foco de atención en perfiles demasiado predecibles, triviales y trillados, en detrimento de otro tipo de actores sociales cuya labor pudo ser más apreciable, sustantiva, trascendente, pero que por tener cierta vocación de sombra rara vez figuran en el ojo público.
Un ejemplo son los colectivos de búsqueda de desaparecidos. Grupos de deudos, en particular de mujeres, de madres buscadoras dolientes a las que el hachazo de la ausencia les robó la posibilidad del duelo, pero no el denuedo de escarbar la tierra sin descanso hasta encontrar a los suyos. Son las Antígonas de la tragedia que somos, las insobornables restauradoras de la dignidad cívica que perdimos.
Poco a poco han ido forjando un movimiento que está multiplicándose por todo el territorio, que está luchando contra la desolación, organizándola, convirtiéndola en coraje, en valor y rebeldía. Son revolucionarias que no empuñan fusiles sino picos y palas. La suya es una forma de desobediencia radical, de franco desafío a las leyes de la violencia. Son víctimas insurrectas que decidieron emanciparse contra la tiranía de la resignación, la impunidad y el olvido.
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