Es en este panorama en el que el papa Francisco recién ha decidido publicar la tercera encíclica de su papado, titulada Fratelli tutti ( Hermanos todos). Un documento que apuesta por dar un giro radical a las relaciones humanas en todos los ámbitos, a la luz de las enseñanzas evangélicas y en pos de una sociedad más fraterna.
El modelo hegemónico de interdependencia en el que vivimos y nos movemos se arraiga en la globalización capitalista, y es entendido y actuado bajo la forma de una competencia totalizante por la posesión de bienes, donde la acumulación es el centro de la ética económica antes que el compartir y el distribuir. Francisco parte de esta mirada crítica sobre el modelo de interdependencia vigente que se antoja ya insostenible, en el que –parafraseándolo– los sueños de sociedades democráticas, y en comunión mundial, visualizados como agenda desde la posguerra, se van rompiendo en pedazos ante la reaparición de fundamentalismos, nacionalismos y otros modelos identitarios cerrados y egoístas, que pasan de largo por las evidencias sobre la radical fragilidad y finitud humanas.
La pandemia no es, por supuesto, el origen de la encíclica papal; claramente tiene una genealogía que se remonta mucho tiempo atrás; no obstante, la actual emergencia sanitaria es una coyuntura que subraya la urgencia de avanzar en la agenda a la que el Papa nos invita. Una sustentada en la vigencia de los derechos humanos, que invita a dar acogida al migrante, al refugiado, al descartado; una agenda que nos llama al cuidado de nuestra casa común, y que nos mueve a actuar con compasión con el que sufre, al modo del buen samaritano.
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