Una quisiera que un incidente de esa magnitud detuviera al país, que la ejecución de 72 personas nos hiciera guardar silencio. Un minuto de silencio por cada víctima, más de una hora de luto para darle valor a cada vida perdida y valor también a la vida propia. 72 minutos de silencio para mostrar solidaridad con sus familias y repudio a quienes tratan la vida con desprecio. Pero no fue así. A 10 años de la masacre aun no sabemos bien lo que sucedió, no hay una sola persona sentenciada y ni una autoridad ha sido investigada (a pesar de los múltiples relatos que señalan la complicidad de funcionarios locales). Los militares fueron los primero en llegar al lugar de los hechos y existen importantes ausencias en las investigaciones oficiales.
(…) la violencia no paró después de esta tragedia. Tampoco ha variado la estrategia de seguridad. Las fosas, abiertas por todo el país, llaman con cada vez más urgencia a un cambio de estrategia de seguridad, pero esta se mantiene sexenio tras sexenio. El único silencio que se hace presente, es el de la justicia.
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