El hallazgo de un resto óseo en un lugar diverso termina por confirmar que, efectivamente, la PGR forzó la evidencia para situar a todos los normalistas en un solo paradero final y así ofrecer de modo apresurado una versión que cerrara políticamente el caso, con lo que dejó sin agotar otras líneas de investigación.
Se ha querido minimizar el hallazgo aludiendo a que no se encuentra suficientemente lejos del lugar que para la PGR era el sitio del paradero último de los jóvenes. Son sólo 800 metros, se dice. Pero, en realidad, esta distancia importa e importa mucho.
Un recuento de lo que se ha hecho público ayuda a entenderlo.
El hallazgo no puede minimizarse: encontrar una pieza ósea de uno de los estudiantes fuera del Basurero de Cocula no sólo termina por derrumbar la versión oficial, sino que por fin abre la puerta a la verdad.
Los pactos de impunidad y silencio que rodean al caso Ayotzinapa empiezan a resquebrajarse, pero aún no los podemos dar por rotos. Los próximos meses serán clave para saber si, con nuevas acusaciones y nuevas búsquedas, es posible llegar a la verdad en este caso, herida abierta en la memoria presente de México.
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