Las siguientes semanas y meses permitirán saber si, en efecto, se ha abierto la puerta de la verdad para el caso Ayotzinapa. Pero ocurra lo que ocurra, lo sucedido alrededor de la identificación de Christian es un atisbo de lo que necesitamos para empezar a saldar la enorme deuda que tenemos como país con los familiares de las personas desaparecidas. El resto óseo identificado fue hallado por servidores públicos que, en condiciones inhóspitas, siguieron buscando evidencia en un sitio que se descartó en el pasado. La elección de una pieza para intentar la identificación genética se obtuvo gracias a la persistencia y profesionalismo de expertos independientes, como lo son las peritas del EAAF. La extracción de ADN la hizo un laboratorio internacional que tiene capacidades de las que carecemos en México. Y la notificación a la familia fue digna y humana gracias a la colaboración entre autoridades y organismos civiles.
Todos los familiares de las personas desaparecidas de México deberían ser tratadas así. Todas y todos deberían acceder a la verdad mediante procesos dignos, abiertos a la asistencia internacional y con participación de la sociedad civil. Todos los restos humanos acumulados negligentemente en las morgues deberían ser procesados con la misma exhaustividad.
Frente a una inmensa crisis de desapariciones que ha durado ya casi tres lustros, abatir el rezago forense puede parecer poco, pero para familias como la de Christian, una identificación es el inicio de una certidumbre que por demasiado tiempo el Estado ha negado. Como escribió Layda Negrete, entendiendo perfectamente la trascendencia del hallazgo: “Es un momento de justicia. Dos gramos de verdad pueden devolver la esperanza que sepultó, tantos años, una montaña de mentiras”. Y es que la verdad importa, así sean 2 gramos de ella.
*Lea el artículo completo en Animal Político