Lo extraño de la discusión sobre si acaban de derribar o no la “verdad histórica” del caso Ayotzinapa, la versión que proclamó Jesús Murillo Karam y fabricó Tomás Zerón de Lucio, es que, por un lado, fue derribada hace ya casi cinco años, por el GIEI, en septiembre de 2015; y por el otro, si no estuviera ya hecha pedazos en el suelo, los anuncios hechos en estos días por la Fiscalía General de la República apenas representan los primeros adelantos, los primeros pasos de una investigación extremadamente compleja.
Es tan difícil porque una vez que Peña Nieto, Murillo y Zerón perdieron la batalla por imponer su cuento, y que aceptaron que la sociedad nunca les creería, optaron por la estrategia de la confusión: si no es nuestra “verdad”, entonces que ninguna sea, que la sociedad nunca conozca la verdad sin adjetivos, que la justicia se pierda en la muchedumbre de versiones. Desde que iniciaron el caso, lo construyeron destruyéndolo, desapareciendo evidencias, ensuciando otras, inventando las que quisieron y torturando a detenidos, tanto inocentes como presuntos culpables, a tal grado que los jueces finalmente fueron liberando a 107 de los 142 inculpados. Los escribanos que hoy defienden que la “verdad histórica” se sostiene son los mismos que se encargaron de la parte de socializar esa narrativa, traduciéndola del lenguaje judicial al vulgar.
No existe una “nueva verdad histórica” de reemplazo. En primer lugar, porque cuando la presentan con ese nombre, tratan de hacer pensar que habría sido improvisada con las mismas mañas criminales que la vieja; porque nadie la ha proclamado; y sobre todo, porque, con las nuevas investigaciones todavía en pañales, lo que falta por hacer antes de presentar una narrativa sólida es inmenso.
Parece una tarea enorme. Lo es, del tamaño aproximado de lo que fueron los crímenes cometidos, antes y después de septiembre de 2014, por los que crearon y protegieron ese imperio criminal, por los que lo sostuvieron después –sigue en pie– y por quienes engañaron al país y al mundo. En su reunión con madres y padres de los desaparecidos, el viernes 10, AMLO ratificó su compromiso con esta “investigación nueva y verdadera”, y Felipe de la Cruz, vocero de los familiares, celebró la voluntad presidencial de “llegar al final de la historia”.
El objetivo debe ser alcanzar verdad y justicia. Sin adjetivos.
*Lea el artículo completo en Eme Equis