Pero sí, en medio de todo también hay esperanza. Porque muchas mujeres y comunidades de pueblos originarios saben el camino que debemos seguir para salir de este sinsentido: el camino de la autonomía, de la colectividad, del respeto a la red de la vida. Esperanza en los grupos de apoyo mutuo y cuidado colectivo que se van creando en donde vivo y en muchos otros territorios. De las iniciativas de las trabajadoras domésticas, de las comunidades afectadas por el racismo institucional y social que se organizan para enfrentar las necesidades apremiantes que los Estados no están atendiendo.
La esperanza en que toda la rebeldía multiplicada en los últimos años por los feminismos, por los pueblos hartos de desprecio neoliberal, la crisis ambiental y la represión social, es una energía vital que seguirá dándonos fuerza y esperando el momento para volver a ocupar las calles, las instituciones y la vida. Y sobre todo, esperanza por la puerta que esta crisis abre a que lo cambiemos todo, si somos capaces de contagiarnos de rabia por este sistema, de solidaridad y cuidado mutuo y de certeza de que otro mundo es posible incluso en estos días.