En México, el discurso político se disocia de las prácticas estatales y la realidad. La administración de López Obrador sostiene un discurso a favor de los derechos humanos y la importancia de la figura del refugio, pero se cierran las fronteras y se crea un muro de militares para engullir los éxodos migrantes. Se reconoce el valor de la migración en el desarrollo de nuestra sociedad, pero se niega el reconocimiento jurídico y civil de las personas que están en busca de una mejor calidad de vida. Se “fortalecen” las leyes, instituciones, protocolos y reglamentos, pero se criminaliza, discrimina y deporta a las personas migrantes a expensas de sus derechos. Ni siquiera se conoce realmente su historia. Y lo digo en el sentido más estricto, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) está desbordada y su lista de rezago para solicitudes de refugio lo demuestra. La crisis no es “migratoria”, la crisis es de ayuda humanitaria. Se deporta de forma masiva sin corroborar si la vida de estas personas está en riesgo al regresar a sus países de origen.
¿Por qué no mejora la situación migratoria en México? Simple, por la desinformación. Tenemos números, datos, estadísticas, índices de violencia y desempleo, y vaya que son útiles para la construcción de políticas y programas efectivos, pero hemos frivolizado un fenómeno social, un fenómeno compuesto de seres humanos.