La semana pasada se publicó un borrador de la iniciativa al Código Penal Único que, si bien no se discutió, su mera existencia es por demás aberrante pues busca regresar al lugar en el que quién osaba expresarse en contra del poderoso sabía de facto que podría ir a la cárcel. La piel de nuestros políticos es tan delgada, que a pesar de que en el discurso se reconozca la pluralidad y la diversidad de opinión que amerita una democracia, la realidad es que hasta ahora todos han demostrado, sea del partido que fueren, que en sus venas esta el dejo autoritario del priismo que corta lenguas y espera alineación sin cuestionamientos.
No obstante, la posible aprobación de una ley como esta pone en juego nuestra capacidad de seguir participando en el espacio cívico. Casos como el Leonardo García, un ciudadano activista que fue sujeto a proceso por el delito de difamación tras exhibir un posible conflicto de interés entre funcionarios del Gobierno del Estado de Hidalgo y accionistas de una constructora debido a la mala construcción de fraccionamientos, podrían ser el pan de cada día en nuestra sociedad.
El problema de un nuevo Gobierno es que, a veces, imagina que el mundo empezó con los nuevos funcionarios y que también terminará con ellos. La megalomanía de algunos es tanta, que se olvidan de la historia, del camino que les permitió llegar a donde están.