Son las 15:00 horas y un grupito de centroamericanos conversan escondidos tras una gasolinera de Pemex en la carretera que une Ciudad Hidalgo y Tapachula, en Chiapas. Entre ellos se encuentra Wilmer Castellanos, de 25, antiguo albañil de Santa Bárbara, en Honduras. “Quiero dar un futuro a mis hijos. Estamos aquí porque el gobierno es un corrupto”, dice el joven.
Cinco minutos después, Castellanos y el resto de sus acompañantes están corriendo despavoridos. Tras ellos, quemando rueda, una camioneta del Instituto Nacional de Migración (INM), las conocidas como “perreras”. Tienen la misión de detener a aquellos que lograron sortear el cerco impuesto por la Guardia Nacional en la orilla del río Suchiate.
El operativo desplegado por el Gobierno mexicano para impedir el tránsito de la caravana no terminó en el Suchiate, donde las hileras de agentes de la Guardia Nacional se convirtieron en extensiones del muro de Donald Trump. La avanzadilla de la marcha migrante, los más aventados, lograron sortear esa primera línea. Así que luego fueron detenidos, uno por uno, por el operativo del INM. En un comunicado, la institución que dirige Francisco Garduño aseguró haber arrestado a 402 migrantes.