El índice de participación en actos de violencia en primarias es de 34.8 por ciento, mientras en secundarias sube a 38.6 por ciento. El índice de violencia fuera de los establecimientos escolares en las primeras es de 60.9 por ciento y en las segundas, de 60.7 por ciento. Otros estudios (Castillo y Pacheco, 2008) señalan que 74.6 por ciento de los jóvenes observa que en sus escuelas hay compañeros a quienes se les ignora y se les deja solos.
Si a este panorama le sumamos la profunda crisis de las instituciones sobre las que descansaba en buena medida la fortaleza de los lazos que brindaban sentido de pertenencia, estabilidad social y personal (la familia, la Iglesia, las comunidades vecinales y las propias escuelas) podemos comprender la urgencia de atender la violencia en el entorno educativo y en poblaciones juveniles desde un enfoque integral y articulado.
Frente a la tragedia del Colegio Cervantes no funciona echar mano de la lógica de buenos y malos y apelar a la política de mano dura que esa lógica inspira. Ante un hecho como éste, la frontera entre víctimas y victimarios se vuelve borrosa, de manera que operativos como Mochila segura sólo son paliativos que no atienden las causas de la violencia, como ya lo han advertido la CNDH y la Red por los Derechos de la Infancia en México.