En mis tres años y medio en México, hubo muchos temas que me marcaron por el resto de mi vida… pero lo que me marcó de un modo aún más penetrante es el dolor de las familias de las personas desaparecidas (casi siempre lideradas por mujeres), su recia perseverancia (casi siempre de las mujeres), el amor que les impulsa a seguir buscando a sus seres queridos, sea en vida o en otra circunstancias, en las calles, separos, cuarteles, morgues o fosas clandestinas.
La reciedumbre y capacidad de organizarse de las familias de personas desaparecidas es inspirador, una señal clara de que otro México no solamente es deseable sino también posible. Es gracias a ellas que el día de hoy se cumplen dos años de la adopción de la Ley General en Materia de Desaparición Forzada, Desaparición Cometida por Particulares y del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas.
Pero lo que no sabíamos, ni mucho menos deseábamos, es que, a dos años de distancia, sea sólo el reconocimiento del problema y las expresiones de voluntad de algunas autoridades (sobre todo federales), sumado a algunos esfuerzos aislados los que se materializarían. Sólo seis entidades federativas han armonizado su legislación local, cuatro entidades han ajustado su marco normativo en materia de declaración especial de ausencia, siete entidades siguen sin crear Fiscalías Especializadas, aún hay cuatro estados que no crean a su comisión local de búsqueda, la mayoría de los instrumentos previstos en la ley siguen sin ser emitidos y los recursos y las capacidades siguen siendo insuficientes en la mayoría de los casos. Ya no hablemos de los resultados. Es fundamental que esto cambie. Para que no sean las familias quienes agreguen a la carga de dolor, la carga de la responsabilidad.