Mañana Felipe Calderón tiene programada una visita al Tec de Monterrey, escenario de uno de los momentos más tristes de la guerra antinarco, y de uno de los peores ejemplos de cómo no enfrentar una crisis de gobierno en la que tus políticas provocaron no sólo la muerte de dos estudiantes de excelencia –Jorge Mercado y Javier Arredondo–, sino el sufrimiento por años de las familias de estos, estigmatizados como delincuentes que “iban armados hasta los dientes”.
Calderón pretende visitar mañana el Tec de Monterrey y dar ahí una conferencia. Pretende hacerlo sin pedir perdón por la guerra que desató, sin pedir perdón por haber manchado la memoria de Jorge y Javier.
Calderón debiera volver al escritorio. Escribir unas nuevas memorias. Unas que pongan en la primera persona al ellos de las víctimas. Y que trate de explicarles a los muertos, y a las familias de los muertos, por qué pensaba que lo que hizo estaba bien, pero más todavía porque cuando se equivocaba no podía corregir pronto, aceptar que ni en Salvárcar los niños eran delincuentes, ni en el Tec Jorge y Javier debieron morir y menos ser injuriados por las autoridades, que les pusieron rifles en las manos y mancharon su buen nombre.
Mientras no haga eso, difícil que pise el Tec y cualquier espacio de libre pensamiento. No verá ni perdón ni olvido.