Esta visión de la frontera de México con Centroamérica, ligada a la seguridad interior de Estados Unidos, solía plantearse como parte de una agenda de cooperación entre países; pero con la llegada de Trump ha quedado claro que esto es un ultimátum con consecuencias económicas: o México controla el paso de inmigrantes centroamericanos, o Estados Unidos le impondrá tarifas comerciales.
Este es el paquete que le ha tocado administrar a López Obrador, quien no lo tiene fácil. El candidato que durante su campaña habló de cancelar la Iniciativa Mérida, ha respondido como presidente de inmediato a las demandas de Trump con el envío de la Guardia Nacional a custodiar la frontera, la detención de inmigrantes centroamericanos, y aceptando que quienes logran llegar a la frontera norte a buscar asilo esperen una respuesta en territorio mexicano, lo cual viola las normas internacionales de refugio y asilo, y los expone a nuevos ciclos de violencia.
Mientras eso ocurre, Trump refuerza el discurso que criminaliza a inmigrantes, y sus seguidores los agreden verbal y físicamente. Un buen día uno de ellos decide matar a 22 personas en una ciudad fronteriza solo por ser mexicanas. Cuatro días más tarde, cuando el gobierno de AMLO aún está pensando cómo reaccionar, detienen a más de 120 inmigrantes mexicanos en las redadas de Mississippi.
Reza un dicho popular que no se puede quedar bien con dios y con el diablo, por eso el presidente de México tiene que corregir el rumbo y definir una postura clara en el tema migratorio: una que priorice la protección de los derechos humanos y que refuerce la seguridad sin militarización.
Es necesaria también una estrategia que incluya negociaciones con los contrapesos dentro del propio gobierno estadounidense —el Congreso, algunos miembros del gabinete— para que la agenda comercial y económica de la relación binacional no se estanque cada vez que haya un arrebato de Trump.
El segundo año de gobierno de López Obrador coincide con el año en el que el presidente estadounidense se juega la reelección. Las presiones que ha recibido el gobierno mexicano son solo una muestra de lo que vendrá. Trump ha comprobado que atacar a los inmigrantes como elemento de campaña le da resultados; y cada vez que el gobierno mexicano acepta sus condiciones sin exigir a cambio mecanismos para la protección de sus vidas, está reforzando esa dinámica.