No hay mejor forma de adentrarse en la oscuridad de los miles de casos que conocer de cerca la historia de alguna de estas mujeres. De acuerdo con las declaraciones que levantó el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, una patrulla de la policía municipal hizo una señal para que la camioneta en la que viajaba Mónica Esparza se detuviera, el 12 de febrero de 2013 en Torreón. La acompañaban su esposo y su hermano, quienes fueron detenidos para “una revisión de rutina”.
Mientras la interrogaron le infligieron golpes y tocamientos en los pechos, la cara y el cuello, la desnudaron y la violaron tumultuariamente vía vaginal, anal y oral. Posteriormente violaron a su esposo frente a ella. Los trasladaron a las oficinas de la entonces PGR. El esposo de Mónica murió en el camino. Los policías se llevaron el cuerpo y hasta el día de hoy no se sabe su destino. Ya en las oficinas de Ciudad de México, Mónica firmó una confesión tras ser amenazada por un agente del Ministerio Público que le advirtió que de negarse a firmar mataría a sus hijas y a su madre. No supo de qué se le acusaba. Hoy Mónica tiene 33 años, ha pasado seis en prisión.
Quizá por ahí debe comenzar la justicia: castigando a los violadores y torturadores uniformados, capacitando y previniendo estos abusos sistemáticos, garantizando que quienes deben cuidarnos, sepan realmente lo que eso significa.