En este momento se está desarrollando el debate en torno a una amplia propuesta de reforma constitucional en materia de derechos de los pueblos indígenas y en el proceso que determinaría su contenido, la consulta de la misma con los pueblos indígenas. Proceso y contenido: dos elementos que están profundamente entrelazados cuando hablamos de pueblos indígenas, siendo el derecho a la consulta y al consentimiento libre, previo e informado el mecanismo para garantizar muchos más derechos, empezando por la libre determinación.
Esta reforma tiene una historia. Sus raíces descansan en luchas que empezaron hace décadas y sus ramas se forjan de las más recientes: desde el reconocimiento de los pueblos como sujetos de derecho público, pendiente desde los acuerdos de San Andrés, hasta la modificación del artículo 115, para el reconocimiento de facultades de los municipios indígenas y la asignación directa de los recursos públicos, objeto de la lucha de varias comunidades purépechas de Michoacán.
Sin embargo, esta legitimidad necesita respaldarse en un proceso de consulta apropiado, es decir, en apego a los principios de libre, previo, informado, de buena fe y culturalmente adecuado, como marcan los estándares internacionales en la materia. La realidad es que ante 68 pueblos el desafío de consultar es titánico, pero no imposible.
En su informe de visita a México, la relatora especial sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas recomendó al Estado mexicano «crear las condiciones para un diálogo sostenido e incluyente con los pueblos indígenas» y «crear una nueva relación entre los pueblos indígenas y el Estado basada en la igualdad, el respeto y la no discriminación». Es un reto enorme considerando los siglos de atropellos, despojo y desconfianza, y al mismo tiempo es un objetivo necesario para recobrar la confianza y garantizar la participación y el goce efectivo de los derechos de los pueblos indígenas. Es un reto y un objetivo porque no es algo alcanzable en el corto plazo, pero sí debe ser el horizonte que nos guía, y, para que se cumpla, el Estado debe ir caminando hacia esta dimensión de respeto, diálogo e inclusión.
Si se emprende este camino, consultar a los pueblos conforme a los estándares será aún difícil e incompleto hoy, pero un hecho mañana. Para ello necesitamos ser críticos y autocríticos, para que se vaya construyendo el mecanismo de diálogo en el cual sea efectiva y constante la participación de los pueblos.