El periodismo de los últimos años en nuestro país aprendió a anteponerse al silencio para seguir informando. A pesar de la violencia a la que se enfrentan todos los días, existen periodistas en las regiones que dan cuenta del día a día, de la arbitrariedad, de la corrupción y de las graves violaciones a derechos humanos.
La semana pasada, tuve la oportunidad de estar en Seyé, un municipio del estado de Yucatán con un grupo de periodistas que todos los días cuentan historias de lo que se vive en sus comunidades, de la forma en la que las autoridades municipales ejercen el poder y abusan de él. En palabras de Bartalomé Canché, periodista de esta comunidad, ellos -los periodistas- se han convertido en “aliados de los desprotegidos y enemigos de los poderosos” solo por contar lo que sucede; porque “ser periodista en contextos como el nuestro es convertirse, eventualmente, en activista”.
Ayer el Presidente, en el marco de la conferencia mañanera, dijo que “todos los buenos periodistas de la historia, siempre han apostado a las transformaciones” que “los buenos periodistas que ha habido… tomaron partido”, que “es muy cómodo decir yo soy independiente o el periodista no tiene por qué tomar partido o apostar a la transformación” indicando además que hoy se editorializa para “evitar las transformaciones, para el conservadurismo” y aludiendo a la Revista Proceso como aquella que “no se portó bien” con su gobierno.
Esperar que las y los periodistas pierdan la conciencia es condenarlos a dejar de ser lo que son. Apostar a una alineación radical, sin crítica o escrutinio es frenar la posibilidad de todas y todos a ser verdaderamente libres y participar sin miedo. Esto en estricto sentido tendría que ser la gran apuesta de cualquier movimiento transformador: trasladar el poder y la voz al pueblo.