La semana pasada se celebró la Conferencia Global de Libertad de Expresión en Londres, Inglaterra y desde ahí pudimos observar y escuchar, la forma en la que cada vez más, la libertad de expresión se cuestiona y se somete a la interpretación de quienes deben garantizarla. La llegada de gobiernos autocráticos, identifican a la expresión como una amenaza para el desarrollo, la seguridad o incluso como una posible traición a la patria; mientras que los -cada vez menos- gobiernos democráticos, reconocen que por el contrario, las formas de represión de la palabra son las que están de verdad coartando la posibilidad de desarrollo, de participación y de cambio institucional hacia un verdadero estado de derecho. Sin embargo, la batalla es compleja pues también el sistema de derechos humanos ha quedado en deuda ante una inminente realidad que reconoce que quienes garantizan estos derechos, son quienes -en primer término- los están violando.
Pero como he dicho, las realidades que se cuentan en este tipo de foros, definitivamente, están muy lejos de reflejar la crudeza a la que se enfrenta día a día un periodista en un país como el nuestro, donde cada 15 horas ocurre una nueva agresión y donde las autoridades han ido afinando las formas de censura. Ser periodista en México es resistir para mantener el oficio o luchar por sobrevivir pues en lo que va del año ya son seis periodistas asesinados por hacer su trabajo y hay cientos de periodistas que han decidido desplazarse o cambiar de oficio porque hacerlo en condiciones tan adversas. Simplemente, ya no es sostenible.
Tal es el caso de Edwin Canché, un periodista local que desde enero de 2014, ha sido víctima de una serie de acciones que buscan desacreditar su labor como periodista solo por haber tomado una fotografía de un familiar del Presidente Municipal que chocó contra una barda de una vecina de la localidad.