Asistimos a una legitimación de los campos de concentración que no pensamos que fuera a ocurrir. Los campos mismos no parecían tener remedio, se seguirán repitiendo como en Siberia, Camboya, los Balcanes. Lo sorprendente es su normalización creciente. Y aunque estos días se lleven todo el crédito la tozudez de Donald Trump y sus bonos electorales, sería injusto ignorar las aportaciones ensayadas en la Europa meridional para modernizar y hacer funcionales, dentro de sus fronteras, campos de concentración que por supuesto reciben otros nombres y son apoyados por el electorado blanco. Las guerras en Asia y África no dejan de recordarnos la vigencia y la utilidad de los campos de concentración o “de refugiados”. Los conflictos sin fin en Irak, Siria, Yemen, Sudán, Congo y Camerún han borrado las barreras entre campos de refugio y de encierro.
La experiencia histórica enseña que tales campos no necesariamente son de exterminio. No en un sentido lato. Verdad es que el modelo perfeccionado por los nazis sentó las bases metodológicas de lo que estamos presenciando en la frontera de México con Estados Unidos, pero hay diferencias: aquí no hay cámaras de gas, el confinamiento es en principio temporal y punitivo, y los “hornos” corren por cortesía del desierto en Texas y Arizona. El castigo al indocumentado es por su bien, lo humanitario cristiano rezuma discursos y regulaciones internacionales, mientras existe un pacto de silencio implícito entre los gobiernos y los poderes económicos respecto a los derechos humanos y las reglamentaciones de la justicia internacional en materia de refugiados en masa. Un silencio que tienden a compartir y tolerar las sociedades racistas y neonacionalistas dentro de Occidente (no afuera: la complicidad capitalista nunca muestra fisuras para legitimar, o ignorar, los abusos constantes en que basan sus hegemonías regionales Arabia Saudita e Israel, bajo parámetros que Estados Unidos o Alemania jamás admitirían en sus territorios ni contra sectores de su población, como son la discriminación brutal de la mujer árabe o la ciudadanía de segunda para los palestinos israelíes).
El escenario de campos de refugio, contención, castigo, y como quiera de encierro no debe sernos indiferente. Lo estamos viendo en Tapachula y Ciudad Hidalgo para frenar la marea, mientras en el norte del país el pronóstico es reservados ante la inminente deportación desde Estados Unidos de miles de migrantes centroamericanos y de otros orígenes, muchos de los cuales “esperarán” en México la solución a su demanda de asilo o regularización migratoria en Estados Unidos. No retornarán a sus países y por un tiempo indeterminado residirán aquí. También están llegando los expulsados definitivamente, incluso con antecedentes criminales. Y se aglomeran en el bórder los que no han logrado cruzar, o desistieron de hacerlo y se están hallando, o quedaron atrapados, en Tijuana o Juárez.
Nos dirigimos a un mundo concentracionario de nuevo tipo. Y México está en el ojo de ese huracán. No podemos voltear a otro lado. Está sucediendo.