Los hechos de septiembre de 2014, que incluyen la persecución, tortura, ejecución y desaparición de estudiantes de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, y otras víctimas, deben ser entendidos como la representación condensada de un fenómeno sistémico de delincuencia que cobra víctimas todos los días. Diario la delincuencia organizada ataca, tortura, ejecuta y desaparece personas en México. La tragedia a veces se ve más, a veces menos, pero no descansa un solo día.
El continuo de la violencia imparable tiene detrás el continuo de la debilidad institucional igualmente imparable, misma que ha hecho imposible la auténtica modernización democrática de las políticas públicas de seguridad. No importa de qué tamaño es la violencia, la reconstrucción del quehacer del Estado ante ella, por la vía de la prevención como recomienda el foro internacional, no llega, o solo lo hace de manera excepcional y efímera en el terreno local.
“La construcción de la memoria es un deber con las generaciones que nos suceden”, se lee en el promocional de la exposición de Ai Weiwei. Mi pregunta es qué hacemos cuando aquello que llamamos a la memoria, precisamente porque no queremos que se repita, en realidad está de múltiples maneras día a día ante nuestros ojos.