A la distancia, sorprende la mesura de las principales demandas del 68 mexicano: respeto a la Constitución, diálogo público con el Presidente, libertad de presos políticos, desaparición del cuerpo de granaderos. Estas propuestas democráticas y liberales, que hoy pueden ser retóricamente avaladas por cualquier sector político, fueron excesivas para un Estado autoritario.
Nuestro largo, sinuoso y aún imperfecto camino a la democracia adquirió un impulso decisivo en el 68. La apertura democrática de Luis Echeverría, la reforma política de 1977, la creación del IFE y la alternancia democrática no se explican sin los jóvenes universitarios que tomaron las calles para exigir un país distinto.
Nunca se supo el número de muertos y los culpables no fueron condenados en el mundo de los hechos. La exigencia de justicia pasó al tribunal alterno de la memoria. Dos de octubre no se olvida. Cincuenta años después, el recuerdo impone una sanción compensatoria y pide cuentas al presente.
Lo que entonces quedó trunco aguarda respuesta todavía.