¿Recuerdan los 60 cuerpos abandonados en el crematorio de Acapulco, Guerrero? Restos que se acumulan como evidencia de lo inocultable: la muerte ronda en cada uno de los rincones de la República.
En mi país, padres y madres no encuentran a sus hijos e hijas.
Imploran y exigen justicia frente al presidente electo. Se desmayan, tiemblan, lloran, portan en el pecho las fotografías de sus seres queridos.
Ni siquiera existe una base nacional de datos que permita cotejar la identidad de huesos, cráneos, pedazos de piel apilados en un transporte, pulverizados en bolsas de plástico, diluidos en tambos o enterrados quién sabe en dónde a lo largo y ancho de México.
En mi país, se usa la procuración de justicia con fines políticos; se propaga «la verdad histórica»; se desmantela a la PGR a niveles de encargado de despacho; se espía a periodistas y defensores de derechos humanos. En tanto, el territorio se convierte en una inmensa fosa clandestina. Abierta al sol, mostrando sus horrores, o en espera de ser descubierta.
En mi país, mientras las Fuerzas Armadas son desplegadas en las entidades más violentas, el número de menores, jóvenes, mujeres y hombres asesinados, desaparecidos, torturados, explotados aumenta.
En mi país, el olor fétido no solo penetra en el fraccionamiento de Tlajomulco, donde abandonaron el remolque lleno de cuerpos sin vida, sin nombre.
En mi país, el tufo a putrefacción lo invade todo.
BAJO LA LUPA | El tráiler de la muerte y la putrefacción en mi país, por Elisa Alanís
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