El 68 fue sobre todo un movimiento plural, en causas y participantes. Y la masacre del 2 de octubre quiso silenciarlo todo de golpe: imponer por la vía violenta una respuesta unívoca frente a la diversidad. La puerta estalló hace 50 años y la agresión desproporcionada rompió el espejo.
Conmemorar el 68 es reconocer la estatura y dignidad del patrimonio ético y político legado por las víctimas, los líderes y los participantes de aquel movimiento. Tal cosa no puede hacerse en silencio, no debe hacerse en singular , no caben las interpretaciones uniformes ni establecer una sola mirada de la historia. 50 años después, podemos colocar de nuevo las partes de ese espejo roto para reconocernos con el respeto que hace medio siglo fue fracturado por el autoritarismo y el pensamiento único.