Las torturas y las confesiones obtenidas por esa vía son el motor y la gasolina que mueven a la implacable máquina trituradora de inocentes, la fábrica de culpables que opera en México, a ciencia y paciencia, con aceptación y tolerancia de todo tipo de autoridades «investigadoras», desde hace varios sexenios.
Con este «recurso del método» suelen construirse voluminosos expedientes y puede asegurarse que no hay caso relevante de la justicia y de la comunicación mediática en este país que no esté manchado por tormentos extremos, apremios psicológicos y amenazas de muerte contra el imputado y toda su familia.
«La reina de las pruebas» solía llamársele irónicamente desde el siglo pasado a la tortura, pues parecía no requerirse de una corroboración de los dichos en los hechos, ni un cruce de información entre las confesiones y los peritajes, con las circunstancias de modo, tiempo y lugar para dar como buenas las admisiones autoinculpatorias de personas en manos de la autoridad.
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