En México reina y gobierna la impunidad. Lo mismo se mata a periodistas, a un centenar de candidatos en pleno proceso electoral, a un jefe del narcotráfico en cuanto entra a una “prisión de máxima seguridad”, que se roba el dinero público a puños o se vulnera su sistema bancario sin que haya responsables.
Todo es posible, en buena parte resultado del comportamiento de las élites políticas y económicas. Son muchos los políticos los que comenzaron protegiendo a la delincuencia organizada y terminaron siendo parte de ella. Y muchas las riquezas construidas sobre delitos, incluidas aquellas hechas a nombre del combate a la delincuencia.
Nada nuevo. Pero ese ambiente es el propicio para que México se haya convertido en lo que ahora es: un mall a donde concurren delincuentes de todo el mundo.
La delincuencia transnacional se asienta y expande en donde la impunidad ya no solo es reina, también gobierna. México no sólo eliminó sus barreras económicas y comerciales ante el mundo. Es garantía también para traficar migrantes, mujeres, drogas, armas, lo que sea.
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