Si ha habido alguien arraigado a su terruño, ese era Javier Valdez. “Le gustaba viajar, le gustaba mucho la Ciudad de México. Pero en ningún lugar se sentía más seguro que en su insegura ciudad, Culiacán, la cuna del narco”.
Lo cuenta Griselda Triana, su esposa, con el corazón en un puño, cuando recuerda cómo fueron los últimos meses, las últimas semanas en la vida de su familia, rodeada de temores y amenazas que se concretaron ese 15 de mayo. Meses y días en los que el periodista y escritor sinaloense, corresponsal de La Jornada y reportero del semanario culichi Ríodoce, no dejó en ningún momento de armar crónicas, construir relatos, buscar historias y teclear.
Se sabía afortunado. Él eligió su camino. Cuando se topaba con esas historias tan duras y dolorosas tenía dos opciones: ignorarlas o contarlas. Optó por contarlas. Y eso es lo que muchos periodistas no hacen.
*Lea la nota completa en La Jornada