Tenemos que decirlo. Así, fuerte y claro: el movimiento de personas desaparecidas en México, América Latina y, posiblemente, en el mundo, se encuentra sostenido por mujeres, en su mayoría madres. Es con esa misma contundencia que debemos reconocer que las mujeres son las principales víctimas indirectas de la violencia en el país —y muchas veces víctimas directas también.
A las mujeres nos enseñan que nuestro valor está en cuidar a las demás personas: a nuestras hijas e hijos, a nuestros esposos, a nuestros padres. Nuestro mandato es asegurarnos que todas las demás personas estén bien para que puedan hacer su vida.
Es por esta estructura de roles en las que nos han colocado que las mujeres hemos asumido ese papel y aun con las disparidades sociales con las que participamos en la vida pública, cientos de miles de mujeres salen a buscar justicia con los medios que pueden.
Ante el panorama de violencia generalizada en el que estamos inmersas, las mujeres hemos aprendido a cuidar desde nuevos espacios, acompañando a víctimas, construyendo procesos de paz y emprendiendo batallas y luchas incansables, tomando las armas si es necesario para proteger nuestras casas para que podamos vivir en paz.
Este año electoral el mensaje desde las candidaturas federales sigue siendo el mismo: es trabajo de nosotras, las mujeres, cuidar de nuestras familias, buscar a nuestras hijas desaparecidas, abrazar el duelo de comunidades enteras.
Las precampañas han terminado y, a la fecha, no ha habido un solo pronunciamiento de las candidaturas federales que nos haga pensar que será la última vez que las madres tengan que hacer una huelga de hambre afuera de la Secretaría de Gobernación o deban impulsar la implementación de una ley para asegurar que sus voces sean realmente escuchadas.
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