Si hoy apostamos al Sistema Nacional Anticorrupción como la pieza que nos faltaba para cerrar el círculo de la rendición de cuentas, quizá nos estemos equivocando de nuevo. Esta vía de cambios incrementales se topa con la misma barrera. La negativa a desmantelar la estructura de poder vigente, que se protege, que se reproduce generando resultados agraviantes para los mexicanos.
La fórmula no es desconocida: la vía para mantener el control de las instituciones es a través de su captura. Si el fiscal de delitos electorales resulta incómodo, se remueve. Si la titularidad de un órgano de control presupuestal o electoral amenaza el orden vigente, se le mediatiza. Nuestras instituciones son débiles no porque nos falten ideas o remedios técnicos para fortalecerlas, es que así son funcionales a quienes detentan el poder.
No hay balas de plata que desatoren nuestro problema. Pero bien valdría la pena concentrarnos en encontrar la manera de desactivar la captura institucional. Porque bien dice el dicho que la esperanza es lo último que se pierde.
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