Los soldados y marinos rasos están entre quienes pagarán los costos de perpetuar la situación de violencia con una ley que legitima la presencia de fuerzas armadas en tiempos de paz.
Es fácil decidir sobre el destino de otros, sobre los que no tienen voz y están obligados a obedecer, quienes son lanzados a matar y arriesgados a ser asesinados, quienes son sometidos a violar derechos humanos, quienes llevan en su memoria la sangre y los cuerpos de quienes acribillaron, por instrucciones superiores.
¿Defenderían la ley si un hijo o una hermana fueran cadetes o civiles abatidos en fuego cruzado? Seguramente no. Valdría la pena entonces repensar alternativas desde los zapatos de los sacrificados de esta guerra que se pretende perpetuar, aunque ellos no habiten sus hogares.
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