La Ley de Seguridad Interior (LSI), aprobada por ésta la semana pasada y que hoy discute el Senado, no reglamenta la conducta de Ejército y Marina en el combate al crimen organizado, les otorga un amplio margen que pone en riesgo la protección de los derechos humanos, las libertades y el estado de derecho.
Tejido de ambigüedades, el texto de la LSI es un ejemplo de retórica escurridiza que pretende mantener la defensa de los derechos humanos a la vez que legaliza la imposición autoritaria de la fuerza.
Más allá de que el ejército y la marina se hayan desgastado en su fallida lucha contra el crimen organizado, de que hayan sido acusadas de violaciones, torturas, asesinatos y desapariciones (por las cuales se ha procesado a algunos mandos) y de disfrazar masacres como “enfrentamientos”, seguirles exigiendo que hagan tareas que no les corresponden y para las que no están entrenadas, es una irresponsabilidad.
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