Con torpeza, la solidaridad apenas vino del Estado, que es el que tiene la obligación. Entre Frida Sofía y la incapacidad para asumir liderazgos, las instituciones fueron rebasadas. ¿No debió el Estado instalar campamentos, toldos, cocinetas, puestos de socorro, señales, pizarras con información? Tampoco vino del empresariado —¿en serio, es siempre necesario pedirle a la gente que ponga una parte, para que los acaudalados pongan otra? ¿Por qué no pueden simplemente hacerlo, sin esquilmar a quienes tienen menos o de plano no tienen? Con certeza, la solidaridad no vino de Walmart, Soriana o La Comer, tampoco de las farmacias de cadena o de las tiendas de conveniencia, todas las cuales vieron vaciar sus existencias mientras registraban ventas extraordinarias. Eso sí, no perdieron tiempo para apilar cerca de las entradas, de las cajas de cobro y en otros lugares estratégicos, las mercancías que su gran inteligencia comercial les decía, serían las más solicitadas. ¡Hasta las cajas de cartón, esas que normalmente desechan y que son tan necesarias para almacenar y transportar cosas, vendieron!
Los medios tampoco estuvieron a la altura, las coberturas selectivas, los toques melodramáticos de los comentaristas de noticias y reporteros quedaron por detrás del Twitter y otras redes sociales que no eligieron sus zonas de cobertura con base en criterios mediáticos. Incluso las organizaciones profesionales de la sociedad civil fueron invisibilizadas porque sus miembros se mezclaron con la gente, así, sin más calificativo.
La solidaridad emergió entonces con la gente, la que no va a cobrar un centavo por todo lo que sigue haciendo, la que no exigirá votos a cambio, estatuas ni homenajes, la que tampoco se arrogará la representatividad de nadie.
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