— ¿Como maestro de talleres y en universidades, cómo analizas la educación en México y su importancia en el desarrollo?
— Obviamente se trata de un tema central y una de las causas de los rezagos del país, incluso la seguridad, que tanto depende de la transmisión de valores, tiene que ver con la educación. La desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa golpeó una fibra muy honda del país. ¿Qué se puede esperar de una nación donde los futuros maestros rurales se someten a esa desgracia? He tenido la suerte de dar clases en universidades de varios países y en ningún sitio he encontrado alumnos tan despiertos y deseosos de aprender como los que he encontrado en México. No hablo de la mayoría, sino de aquellos que en verdad quieren dar el salto a través de la educación. En Barcelona o en Estados Unidos no he encontrado la misma urgencia por aprender. En México, pasar a la zona del conocimiento en verdad puede marcar una diferencia.
— Y después de este periplo, como miras a México.
— Pertenezco a una generación que era extraordinariamente optimista, porque tuvimos la oportunidad de pensar que el futuro sería para nosotros. La situación del país no era muy buena porque el mismo partido siempre ganaba las elecciones y había muchas cosas que nos alejaban del verdadero desarrollo, pero al mismo tiempo teníamos una gran confianza en que las cosas cambiarían, para bien, en el futuro. Cuando hubiera una democracia auténtica, este país sería diferente.
— Me afilié a los 18 años al Partido Mexicano de los Trabajadores, que lideraba Heberto Castillo. Teníamos una idea de transformación de la realidad muy definida, pero hoy estamos en una situación muy diferente; el país se encuentra ante quebrantos gravísimos: es un país de fosas comunes, de desaparecidos, de entreguismo total a los Estados Unidos, con un presidente sin credibilidad. Al mismo tiempo hay una crisis de las expectativas, y esto es más grave todavía. No solamente está mal la realidad, está mal la esperanza, algo muy tremendo porque no hay certeza de que las cosas puedan cambiar para bien, como la hubo, por poner un ejemplo, en 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas. No hay luz al final del túnel, situación que es, desde luego, muy desoladora.