México ha mantenido históricamente una política exterior, conocida en el lenguaje coloquial como de “candil de la calle, obscuridad en su casa”. Los diplomáticos mexicanos se han destacado por su capacidad mediadora y negociadora y tienen la mejor fama como multilateralistas de la región. Promueven y difunden la cooperación en materia de derechos humanos entre países, y aunque les cuesta aceptarla para el propio, en meses recientes han agachado la cabeza ante llamamientos internacionales cuando las atrocidades no pueden maquillarse más. Incluso han llegado a reconocer que el país enfrenta “desafíos en materia de derechos humanos”.
Cada vez más actores de la sociedad civil y personas defensoras de derechos humanos, ante un Estado sordo y omiso, alertan a la comunidad internacional sobre los crímenes sin castigo que se cometen en el país.
Es así que el prestigio internacional de México va en decadencia, y el entusiasmo multilateral de los diplomáticos mexicanos utilizado en gran medida como estrategia para desviar la atención por la violencia generalizada en el país, comienza a desgastarse. Es decir, el candil que por tanto tiempo han mantenido encendido, se les empieza a fundir.
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