Mediante la técnica de golpear y hundir una varilla en forma de cruz en la tierra y poder percibir mediante el olfato si hay o no restos enterrados bajo tierra, las mujeres del Colectivo Solecito llevan hallados y exhumados 263 cuerpos de la fosa más grande de México, un predio a 15 kilómetros de Xalapa, en Veracruz. “Ven, mira, acércate”, le dice Rosario Sáyago tras sacara una barilla embarrada a María de Jesús Basón. “Este huele a tierra mojada, para que te vayas acostumbrando. Cuando huele a muerto luego luego te das cuenta”, le explica.
Entre cinco y diez mujeres se juntan todas las mañanas, de lunes a viernes, en un supermercado para abastecerse de agua, hielos y refrescos y poner rumbo a sus excavaciones diarias en el predio a las afueras del puerto de Veracruz. Todas ellas buscan, algunas durante muchos años, a hijos e hijas, maridos…
La psicóloga Ximena Antillón, integrante de Fundar, explica que tener un hijo desaparecido significa para las madres un doble sufrimiento: el dolor de la ausencia en sí misma y la agonía de la incertidumbre. “Es una ausencia-presencia que habita todos los lugares, una ausencia que, como no se puede inscribir o representar en nada —los muertos en una tumba, los vivos andan en las calles—, está presente todo el tiempo”.