Las cifras de cada día son espeluznantes: decenas y a veces cientos de cuerpos son hallados bajo tierra. A veces en fosas clandestinas, como las que vi en Iguala, perfectamente excavadas con trascabos, o sepultados a la carrera en entierros improvisados.
Pero lo más aterrador es que estos hallazgos horripilantes ya no nos horroricen. Como si las continuas bofetadas a nuestra capacidad de asombro nos hubieran puesto en estado de shock.
Pero más allá de las cifras, no se necesita ser tremendista para suponer las miles y miles de horas de dolor, de tortura, de violaciones, vejaciones y sufrimiento detrás de estas estadísticas. Y la vergüenza inaudita de que esto ocurra aquí. Porque en ningún país del mundo que se considere medianamente civilizado sería admisible tanta barbarie.
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