Hace diez años el entonces presidente Felipe Calderón inauguró su “guerra” contra el crimen organizado. No un gran esfuerzo nacional por fortalecer las corporaciones policiacas y de inteligencia o las instituciones de administración e impartición de justicia. No una gran alianza entre gobierno y ciudadanía para crear capital social y humano y fortalecer el tejido en comunidades, pueblos y ciudades. No. A Calderón se le ocurrió una guerra, tal cual. Mandar a las calles, las veredas y las montañas a las Fuerzas Armadas a hacer lo que están entrenadas y equipadas para hacer: disparar y matar. Diez años han pasado y a los dos gobiernos federales y las decenas de gobiernos estatales, junto con las distintas legislaturas y los partidos políticos y (asumamos la parte, grande o pequeña, de responsabilidad que nos toque) a buena parte de la sociedad civil en general se nos olvidó lo más importante: crear instituciones y fortalecer el capital social. Diez años se fueron en vano. La nueva década perdida de la historia de México.
Me declaro escéptico, en suma, ante el entusiasmo por legislar. Aunque (cosa poco probable), se logre incidir y se consiga una ley “buena”, con candados de tiempo y geografía y todo lo demás, los riesgos son altos y las certezas pocas. Me sumo más bien a la demanda de un cambio radical de estrategia: no más guerra, sino más fuerzas policiacas y de inteligencia y más instituciones de procuración y administración de justicia profesionales, bien entrenadas, bien equipadas, “modernas” y confiables. Las Fuerzas Armadas mismas estarán mejor en sus cuarteles.
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