De gorra y con una playera blanca que tiene impreso el rostro de Oliver Navarrete Hernández, su madre María Concepción Hernández toma un respiro entre los periodistas que la asedian para observar el panteón irregular del predio El Maguey, en la comunidad de Tetelcingo, en el estado de Morelos. El sol empieza a esconderse en el sitio que aún preserva un fuerte olor a muerte. Horas antes del 3 de junio, las autoridades de la Fiscalía estatal de Morelos han terminado los trabajos de exhumación de 117 cuerpos que se albergaban en dos fosas clandestinas. De todos los cuerpos, el primero en ser entregado a un familiar ha sido el de Oliver, pero esa entrega no se hizo hace 10 días sino cuando inició la exhumación de cadáveres, dos años atrás.
“Lo que hicimos nosotros fue una rueda de prensa. Le entregamos los papeles a los medios de comunicación y el video de dónde se estaban sacando los cuerpos, y se empezó a hacer la presión para que nos hicieran caso. Lo de menos era quedarnos calladas, en ese momento, como madres, no se nos hacía justo que metieran todos esos cuerpos ahí de manera tan inhumana. Me puse en el papel de madre y sentí la misma angustia y desesperación de todas. Cuando me lo volvieron a desaparecer –porque me lo habían inhumado –sentí el dolor que sienten los que no han encontrado a los suyos, no es decente, no es humano, esa gente tiene que salir de ahí. Oliver era muy noble y yo sé que mi hijo no le hubiera gustado que nos hubiéramos quedado callados, y teníamos que decir: ¡aquí están!”, relató María. (Sin Embargo)