México es un país democrático: uno en el que hay desapariciones forzadas generalizadas a lo largo y ancho del país, desaparecen estudiantes a manos de fuerzas de seguridad del gobierno y los militares pueden matar a cualquier persona sin ser castigados (ni investigados siquiera). Somos un país democrático, vamos, tenemos elecciones e instituciones electorales: uno donde el narco gobierna y el gobierno narca… uno donde se narcogobierna en distintas zonas del país, pues. ¡Pero somos un país para presumirse! Tenemos suerte de tener este gobierno: uno que se sostiene de los medios de comunicación monopólicos que lo llevaron al poder y se para sobre un discurso democrático para gobernar. Y es de este gobierno y de su juego de lo que quiero hablar.
El gobierno federal defiende el derecho a la no discriminación y la diversidad sexual de las personas al impulsar una reforma constitucional que reconoce (entre otras cosas) el derecho al matrimonio igualitario, no obstante obstaculizó e impidió llevar a fondo la investigación sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa (fabricó una ‘verdad histórica’ insostenible, limitó la investigación al Grupo Interdisciplinario de Expretos Independientes –GIEI- y blindó al ejército frente a esta investigación).
Hmmm ok… pero también impulsa reformas en materia de justicia cotidiana a nivel constitucional y legal, un tema de avanzada en la región, aunque la palabrajusticia es inasequible en casos de violaciones graves a derechos humanos (esas “cosas raras” donde las autoridades lesionan, torturan, violan o matan a civiles) que permanecen impunes como Tlatlaya, Atenco o el contexto de feminicidios en general (estos dos últimos con participación de Peña Nieto en su gestión como gobernador del estado de México).
La responsabilidad moral debe llevar a decir que un régimen no es democráticocuando es partícipe de violaciones a derechos como la acá delineada o cuando escómplice de la impunidad en que ésta permanece. Si para que un asesino sea castigado debe empezarse por nombrarlo, entonces hay una carga moral en ponerle un nombre distinto. A quienes abrazan o protegen a los militares cuando éstos han sido señalados hay que llamarles cómplices, a los que utilizan al Estado para arreglos personales hay que llamarles corruptos y a quienes juegan con las instituciones para perpetuar la impunidad hay que llamarles criminales. A los tiranos hay que nombrarlos para tener claro contra quién se lucha. Y al autoritarismo, a ése no hay que llamarlo democracia, ni aunque se trate de un juego. (Animal Político)